La carta de amor entre dos despedidos que ya es viral - Piedra OnLine

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jueves, 25 de febrero de 2016

La carta de amor entre dos despedidos que ya es viral

En las redes sociales se divulgĆ³ una carta de amor sobre una pareja que sufriĆ³ en carne propia los despidos en el Estado. LĆ©ela completa acĆ”:

Los despidos en el Estado se han vuelto uno de los principales problemas en los Ćŗltimos meses. Historias de vida, problema familiares, son gran parte de las realidades que viven cada una de aquellas personas que perdieron su empleo en los Ćŗltimos meses.

En las Ćŗltimas horas se divulgĆ³ una carta de amor entre una pareja que sufriĆ³ en primera persona los despidos, a continuaciĆ³n lee la emotiva historia.
Todas las maƱanas

SonĆ³ primero su despertador, y cinco minutos despuĆ©s, el mĆ­o. Como todas las maƱanas, lo abracĆ© y le di un beso. Nos abrazamos y prendimos la luz, abrimos las ventanas. Vimos dormir los niƱos. Puse el agua del mate mientras Ć©l se duchaba, elegĆ­ mi ropa. BusquĆ© en la heladera nuestros tuppers, los embolsĆ©, como todos los dĆ­as, para que no mancharan las carpetas que llevamos. Mientras es mi turno en la ducha se despierta el bebĆ© y Ć©l corre a buscarlo; juntos me saludan y se rĆ­en de mi toalla en la cabeza, de mi cara de dormida. Es linda mami, me dicen. Hay olor a cafĆ© y tostadas, a pintura de uƱas, a secador de pelo, a paƱal de niƱo, todo a la vez porque tenemos que llegar puntuales a nuestros trabajos. Las noticias se escuchan de fondo, pero no tenemos tiempo a detenernos. Escuchamos cosas sueltas mientras la rutina ocurre. Un acampe, los bancarios. Los buitres. Los de cultura. Los de Fabricaciones Militares. El dĆ³lar.

-“Mi vida, no olvides el celu, tus anteojos, la agenda”.
Me ayuda a ordenar todo, a no olvidarme nada. “¿Tenes plata? Me pregunta. Tengo la sube.

Llega Maji a cuidar los niƱos. Nos despedimos de ellos y salimos, bajamos el ascensor abrazados, conversando, apurados. Felices.

Como todas las maƱanas caminamos por Lavalle hasta mi parada.

Vamos de la mano entre ese mundo de gente que arranca el dĆ­a, hasta el 102. El sigue caminando, porque le queda cerca. En inviernos jugamos con el humito que sale de la boca por el frio. En verano siempre elegimos el lado de la sombra.

Como todas las maƱanas nos despedimos en nuestra esquina porteƱa con un beso y los dedos en V, hasta volver a vernos.

Pero esta maƱana, como desde hace algunas maƱanas, exactamente desde las maƱanas de mediados de diciembre, me subo al colectivo y lo miro, nostƔlgica, impotente, desde la ventana. Lo veo caminar con su portafolios por la calle ParanƔ hacia Corrientes e imagino cuando llega y dobla, y despuƩs cuando vuelve a doblar por Cerrito y llega hasta la esquina de Sarmiento. Espera el semƔforo, cruza y camina media cuadra. Lo veo subir el ascensor, saludar a Vicky, hacerle un chiste. El suele hacer muchos chistes. Ahora me doy cuenta que hace menos.

Lo imagino entrando, poniendo el dedo, saludando rĆ”pido, sentĆ”ndose en su escritorio, abriendo la compu, viendo al bebĆ© en su fondo de pantalla. Lo imagino agarrando un expediente, pidiendo informes, enojĆ”ndose porque la afip demora o porque el banco contestĆ³ un absurdo. Me rĆ­o con las burlas porque perdiĆ³ boca, las facturas porque ganĆ³ river. Escucho el tipeo de sus dedos en el teclado, lo veo corregir obsesivamente su informe hasta que quede perfecto. Lo imagino hasta que dejo de verlo por la ventana del bondi porque ya doblĆ³ en la esquina.

TambiĆ©n imagino el momento en que, como a miles, le digan que ya no vaya. Que prescindieron de Ć©l, que es decisiĆ³n de presidencia. Que firme porque si no, le mandan telegrama. Que no hay motivos. PolĆ­tica del organismo. ReestructuraciĆ³n. Lo imagino preguntarse por quĆ©. Pidiendo explicaciones, viendo llegar a otros compaƱeros que tampoco pueden pasar. Lo pienso leyendo la lista donde estĆ” su foto, relojeando a los cinco policĆ­as que pondrĆ”n para reprimir a algĆŗn desprevenido que se atreva a cuestionar su brutal despido.

Los compaƱeros schokeados en la puerta. Los escucho. Tengo hijas. La hipoteca. Mi madre enferma. Espero mellizos. Mi bebito de un mes. Silencio de hospital. El gremio cĆ³mplice.

Lo veo contener las compaƱeras.

Lo veo finalmente intentando recuperar sus cosas. No muchas. Una planta, un termo, la foto de la familia. Pero le dicen que no, que estĆ” ya le dijeron que estĆ” desvinculado.

DES-VIN-CU-LA-DO. Que llame y combinan.

Alguien va a ultrajar esas pocas cositas suyas, metiƩndolas en una vieja bolsa de residuos para que, cuando ellos puedan entregarlas, se las lleve a su casa como toda recompensa por los seis aƱos de servicios prestados.

Todas las maƱanas me propongo sacar el tema de su posible despido, pero no soy capaz. No tengo esa valentĆ­a. No puedo decirle que a Ć©l tambiĆ©n le puede tocar. Es de planta, estĆ” hace aƱos, sabe un montĆ³n, va los sĆ”bados si hace falta. ¿Con que derecho puedo sospechar que le toque?

Tampoco puedo imaginar cĆ³mo serĆ”n despuĆ©s todas las maƱanas. Mi despertador sonando solo, preguntĆ”ndole yo a Ć©l si tiene plata. Maji angustiada, ella tambiĆ©n tiene hijos. Tres hijos.

Me imagino a mi chiquita averiguando por quĆ© no va mĆ”s al trabajo. ¿Que se le dice a una niƱa? Si los grandes tampoco entendemos, gordita.

No me puedo imaginar esa maƱana en que llame al ascensor pero Ʃl se quede en casa.

No imagino caminar Lavalle sola. El trayecto en silencio sin que me agarre la mano; pasar por su laburo y no poder pedirle que se asome a saludar en la ventana, llegar a nuestra esquina y seguir, sin tener con quien hacer la V, como si nada.

Mientras pasamos Santa Fe,
la llamada perdida me anticipa.
De todas las maƱanas,
la de hoy fue la Ćŗltima.

Buenos Aires, febrero de 2016