Hambre para hoy, pan para algún día - Piedra OnLine

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lunes, 18 de abril de 2016

Hambre para hoy, pan para algún día

Por Marcelo Zlotogwiazda

Ante la imposibilidad de ocultar la realidad de alta inflación, recesión, pérdida de empleo, caída del poder adquisitivo y aumento de la pobreza, el Gobierno ha optado por reconocer que hay hambre para hoy, y prometer que habrá pan para mañana. Lo dijo Mauricio Macri días atrás en Misiones: “Ordenar el desaguisado que nos habían dejado lleva a tomar decisiones que duelen y que nos duelen, pero es el camino de la verdad, para construir la Argentina que soñamos”. Insistió el martes en Quilmes: “Lamentablemente hay una parte muy dolorosa; a mí es al primero que me duele tomar este tipo de decisiones como sacar los subsidios (…) Es una primera etapa de ordenamiento y una antesala de un proceso de crecimiento inédito en el país”.

Con igual sentido, Federico Sturzenegger justificó su política ultramonetarista que impulsó las tasas de interés a niveles incompatibles con una reactivación económica señalando que esa estrategia “implica tasas de interés eventualmente algo mayores y un comportamiento menos expansivo del consumo durante la fase inicial, pero permitirá luego una recuperación en el marco de una mayor sostenibilidad macroeconómica”. El titular del Banco Central admite que su esquema para intentar bajar la inflación “es políticamente menos atractivo que otros que han sido pan para hoy y hambre para mañana”.

El hambre para hoy con pan para mañana que plantea el Gobierno hace recordar al “hay que pasar el invierno” del entonces ministro Álvaro Alsogaray a fines de los años ’50 y al “estamos mal pero vamos bien” del ex presidente Carlos Menem.
 La idea de que el sacrificio presente resulta inevitable e imprescindible para poder aspirar a un futuro próspero, es una constante argumental de los que aplican programas de ajuste. Es una idea que se sustenta en el precario sentido común de que no hay posibilidad de resolver un problema sin sufrimiento. Como si para curar una enfermedad hubiera que inocular un virus en lugar de medicina. Hasta podrían cobijarse en la poesía de Homero Expósito y cantar que “primero hay que saber sufrir, después amar”.

La idea encierra otra falacia. Se demanda sacrificio y dolor en general, pero en los hechos hay muchos que lo padecen mientras algunos pocos sacan ventaja. El balance de los cuatro primeros meses de gestión deja como saldo una mayoría de perjudicados por el aumento de la inflación y el estancamiento productivo, y un puñado de sectores beneficiados por las medidas tomadas y las nuevas condiciones de la macroeconomía, entre los que sobresalen el núcleo agroexportador, los bancos y los que se relamen por el boom que se espera en la generación de energías no renovables.

El Gobierno retruca ese balance con la trillada teoría del derrame. Sus principales espadas argumentan que la quita de retenciones o las altas tasas de interés, por tomar solo dos ejemplos, son medidas que en lo inmediato favorecen a grupos determinados pero que, al promover el crecimiento económico, a la larga mejora la situación de todos. Solo es cuestión de tener paciencia y aguantar el hoy.

¿Paciencia hasta cuándo? La respuesta oficial es que el nivel de actividad comenzará a repuntar a partir de la segunda mitad de año. También pronosticaron que la inflación bajaría hasta el 1 por ciento mensual en el segundo semestre para ubicarse entre 20 y el 25 por ciento en el total anual. Así como ya no hay duda alguna de que los precios aumentarán mucho más que esas previsiones, tampoco hay motivos convincentes para confiar en un pronto regreso del crecimiento. Mucho menos para esperar que esa supuesta recuperación derrame.

A través de Sturzenegger el Gobierno ha explicitado con crudeza que su estrategia antiinflacionaria pasa por absorber la mayor cantidad posible de dinero circulante mediante la colocación de deuda con rendimientos astronómicos (Letras que pagan el 38 por ciento anual), que desvían la potencial demanda de dólares y despejan el camino para que la City ejercite bicicletas financieras fáciles y de alta ganancia asegurada.

Pero lo que hasta el momento brilla por su ausencia es una visión sobre el crecimiento. Más allá de la extraordinaria mejora en las condiciones que el sector agroexportador obtuvo con la devaluación y la eliminación de retenciones, y de rimbombantes anuncios sobre obra pública que están muy lejos siquiera de iniciarse, la apuesta oficial al crecimiento se basa en generar un clima de negocios propicio para que los empresarios inviertan. Macri lo sintetizó claramente el martes en la cena anual de Cippec: “El trabajo viene de la mano de la inversión y la inversión viene de la mano de la confianza”.

Es obvio que sin confianza no hay inversión y que sin inversión no hay crecimiento sustentable ni creación de trabajo permanente. Pero ni la confianza es una condición suficiente para que haya inversión, ni la inversión garantiza un tipo de crecimiento socialmente inclusivo y mucho menos un crecimiento rápido.

Aunque suene a Perogrullo, los empresarios invierten si calculan que ese capital generará determinado nivel de ganancia, y esa expectativa se forma en base a algo tan abstracto y subjetivo como la confianza, pero también considerando las perspectivas de sus correspondientes mercados, en cuanto a precios, costos y demanda.

Ni el mercado interno ni la exportación ofrecen un panorama global atractivo para la inversión, con algunas cuantas excepciones como en el mencionado caso del sector agroexportador o la promisoria ventana de negocios que se abrió en energía eólica y solar.

En términos generales, el mercado interno está afectado por la brusca reducción del poder adquisitivo, que seguramente se atenuará a medida que entren en vigencia los nuevos salarios de paritarias pero que difícilmente recobre vigor como para reestablecer altos niveles de consumo; más aún teniendo en cuenta que la elevada de la tasa de interés encarece el crédito y estimula el ahorro.

El exterior no aporta al optimismo. Brasil está sumergido en una grave y prolongada crisis económica y política, China desacelera su expansión, y los precios de las commodities que exporta la Argentina están en niveles mediocres.

El último informe de la consultora Economía & Regiones señala que “la Argentina está enferma, tiene atrofia de crecimiento. El presente año se va a transformar en el quinto consecutivo en el cual, sin miedo a equivocarnos, se puede decir que el país se encuentra en estanflación”.

Frente a eso, el analista y columnista de La Nación Eduardo Fidanza opina que, por momentos, el Gobierno está aplicando “una terapéutica brutal que recuerda los años ’90: operar sin anestesia. Que duela ahora, para que se cure cuanto antes”