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domingo, 2 de agosto de 2009

DíA DEL TRABAJADOR GASTRONóMICO: Lo que una bandeja puede conseguir




DíA DEL TRABAJADOR GASTRONóMICO: Lo que una bandeja puede conseguir
En ese escenario de la vida que son los bares, Horacio Villegas
aprendió que trabajar en contacto con la gente es una bendición, que
cada generación viene con su propia onda y que la de ahora está medio
descontrolada, que si se lo trata bien el cliente siempre vuelve, que
la propina es proporcional al servicio, aunque cada vez se deja
menos, que el café puede ser liviano, cargado, no tan cargado, muy
cargado, cortado, cortado un poquito, bien cortado o una lágrima en
vaso o en jarrito a tres colores, que si alguien deja una porción de
pizza o una empanada es mejor no tirarla porque siempre hay alguien
con hambre y que con la bandeja se puede llegar lejos: no hay nada
más lindo que pagarle el estudio a sus dos hijos con el fruto de su
esfuerzo de cada día.
A los 49 años, con 33 de experiencia en el oficio, también sabe que
circula mucha gente de la que se puede aprender si uno sabe escuchar,
que está bueno comunicarse, preguntarles cómo andan a los viejos
clientes y de dónde vienen y que les parece la ciudad a las caras
nuevas. Y que cuando se juega un Boca-Ríver en el bar no cabe un
alfiler, como si el clásico de los clásicos se disputara en la
mismísima Bombonera que sueña conocer algún día. En esos casos tiene
que llevar la bandeja bien arriba para no llevarse puesta ninguna
cabeza y al mismo tiempo mirar para abajo para no pisar a nadie,
sobre todo a los pibes que se sientan en el suelo y no consumen, a
los que ya les dijo que no se pueden quedar, pero después hace como
que no los ve, mientras de reojo pispea cómo va el partido y carga a
la contra si Boquita clavó uno.
Lo cuenta con una sonrisa de satisfacción mientras invita un cortado,
apura el café que esta vez preparó para él y conversa con "Río Negro"
sentado en una de las mesas del Bar Avenida, donde trabaja hace 12
años, en el centro de Roca. Viste pantalón negro, camisa blanca,
chaleco gris y calza zapatillas negras, tan sobrias que pueden pasar
por zapatos. A los de verdad los dejó porque le hacían doler la
cintura. Probó y probó hasta que se dio cuenta de que con las
zapatillas el ajetreo de cada jornada se banca mejor. Entró a las
tres de la tarde y estará en el bar hasta las 20.30, cuando partirá a
su otro empleo en "El palacio de la pizza", a dos cuadras, donde
trabaja desde hace 25 años. Terminará la jornada después de la
medianoche, y mucho más tarde en verano. Después, cuenta, tarda en
dormirse.
Empezó a transitar este camino a los 16 años, cuando recorrió 30
kilómetros desde Maiqué a Roca, se alojó en la casa de su hermana
Susana y entró en "Joao", una céntrica confitería en Tucumán a metros
de Sarmiento. "Era onda San Martín de los Andes, con mucha madera,
ciervos, todo eso. Empecé como lavacopas y al mes ya estaba de mozo.
Como era el más chico me pusieron 'Oaky', aquel personaje de Hijitus,
un bebé que andaba en pañales, tenía dos revólveres y decía 'cosa
golda', ¿te acordás?".
Aquellos legendarios cortos animados de García Ferré pegaron fuerte
entre el personal de 'Joao', ya que varios tenían un apodo de la
tira, como el flaco alto al que le decían Larguirucho o el otro que
mereció el mote menos afortunado de Profesor Neurus. Villegas estuvo
tres años allí. Prontó ganó lo suficiente como para pagar un alquiler
y se fue a vivir solo. "Linda época, con mi trabajo, mi plata, mis
amigos. Una realidad muy distinta a la que había conocido. Pensá que
en Maiqué yo era jornalero en las chacras, como mis diez hermanos",
memora. Luego pasó por Hotty's y sus famosos sandwichs sellados, el
hotel Huemul, Demián y Alfonso VII, entre otras confiterías.
–Ser mozo me gusta, es lo que se hacer, lo llevo en el alma –dice.
Entre las cosas más lindas que le pasan menciona la emoción que
siente cada vez que alguien le cuenta que lo conoce desde hace mucho,
que venía de chiquito junto al padre o la madre. "Eso no se paga con
nada". Pero eso tiene una contracara: "Siempre me pongo muy triste si
me entero que murió alguien que atendía. Hay clientes a los que
conozco desde que estaban en la panza de la madre. Y hay otros que ya
no están. Es la ley de la vida".
Y si de la vida se trata, Villegas tiene posición tomada.
–En el paso por este mundo ya estoy más tranquilo, más relajado.
Conseguí las dos cosas que más deseaba: dejarles un techo propio a
mis hijos y poder costear su educación. Yo tenía miedo de morirme sin
dejarles nada. Y por suerte no va a ser así–. Sus hijos son Verónica
(21), estudiante de Administración de Empresas y Franco (17), que
este año termina la secundaria. Su mujer, Noria (47) es ama de casa.
–Ojalá que pueda seguir trabajando para que ellos puedan seguir
estudiando. Yo no pude. En vez de hacer la secundaria era lavacopas.
Hoy es más dificil tener un porvenir sin estudiar –agrega Villegas,
se despide y camina rumbo a una mesa para levantar un pedido.

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