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viernes, 8 de enero de 2010

Cercando a Venezuela


EEUU cercando a VenezuelaLa llegada al poder, en Venezuela, del Presidente Hugo ChĆ”vez el 2 de febrero de 1999 coincidiĆ³ con un acontecimiento militar traumĆ”tico para Estados Unidos: la clausura de su principal instalaciĆ³n militar en la regiĆ³n, la base Howard, situada en PanamĆ”, cerrada en virtud de los Tratados Torrijos-Carter (1977).
En sustituciĆ³n, el PentĆ”gono eligiĆ³ cuatro localidades para controlar la regiĆ³n: Manta en Ecuador, Comalapa en El Salvador y las islas de Aruba y Curazao (de soberanĆ­a holandesa).

A sus -por decirlo asĆ­- ‘tradicionales’ misiones de espionaje, aƱadiĆ³ nuevos cometidos oficiales a estas bases (vigilar el narcotrĆ”fico y combatir la inmigraciĆ³n clandestina hacia Estados Unidos), y otras tareas encubiertas: luchar contra los insurgentes colombianos; controlar los flujos de petrĆ³leo y minerales, los recursos en agua dulce y la biodiversidad. Pero desde el principio sus principales objetivos fueron: vigilar Venezuela y desestabilizar la RevoluciĆ³n Bolivariana.

DespuĆ©s de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el Secretario norteamericano de Defensa, Donald Rumsfeld, definiĆ³ una nueva doctrina militar para enfrentar al “terrorismo internacional”. ModificĆ³ la estrategia de despliegue exterior, fundada en la existencia de enormes bases dotadas de numeroso personal. Y decidiĆ³ reemplazar esas megabases por un nĆŗmero mucho mĆ”s elevado de Foreign Operating Location (FOL, Sitio Operacional Preposicionado) y de Cooperative Security Locations (CSL, Sitio Compartido de Seguridad) con poco personal militar pero equipado con tecnologĆ­as ultramodernas de detecciĆ³n.

Resultado: en poco tiempo, la cantidad de instalaciones militares estadounidenses en el extranjero se multiplicĆ³, alcanzando la insĆ³lita suma de 865 bases de tipo FOL o CSL desplegadas en 46 paĆ­ses. JamĆ”s en la historia, una potencia multiplicĆ³ de tal modo sus puestos militares de control para implantarse a travĆ©s del planeta.

En AmĆ©rica Latina, el redespliegue de bases ya permitiĆ³ que la de Manta (Ecuador) colaborase en el fallido golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra el Presidente ChĆ”vez. A partir de entonces, una campaƱa mediĆ”tica dirigida por Washington empieza a difundir falsas informaciones sobre la pretendida presencia en ese paĆ­s de cĆ©lulas de organizaciones como HamĆ”s, HezbolĆ” y hasta Al Qaeda.

Con el pretexto de vigilar tales movimientos, y en represalia contra el gobierno de Caracas que puso fin, en mayo de 2004, a medio siglo de presencia militar estadounidense en Venezuela, el PentĆ”gono amplia el uso de sus bases militares en las islas de Aruba y Curazao, situadas muy cerca de las costas venezolanas, donde Ćŗltimamente se han incrementado las visitas de buques de guerra estadounidenses.

Lo cual ha sido recientemente denunciado por el Presidente ChĆ”vez: “Es bueno que Europa sepa que el imperio norteamericano estĆ” armando hasta los dientes, llenando de aviones de guerra y de barcos de guerra las islas de Aruba y Curazao. (…). Estoy acusando al Reino de los PaĆ­ses Bajos de estar preparando, junto al imperio yanqui, una agresiĆ³n contra Venezuela” (1).

En 2006, se empieza a hablar en Caracas de “socialismo del siglo XXI”, nace la Alianza Bolivariana para las AmĆ©ricas (ALBA) y Hugo ChĆ”vez es reelegido presidente. Washington reacciona imponiendo un embargo sobre la venta de armas a Venezuela, bajo el pretexto de que Caracas “no colabora suficientemente en la guerra contra el terrorismo”. Los aviones F-16 de las fuerzas aĆ©reas venezolanas se quedan sin piezas de recambio. Ante esa situaciĆ³n, las autoridades venezolanas establecen un acuerdo con Rusia para dotar a su fuerza aĆ©rea de aviones Sukhoi. Washington denuncia un presunto “rearmamento masivo” de Venezuela, omitiendo recordar que los principales presupuestos militares de AmĆ©rica Latina son los de Brasil, Colombia y Chile.

Y que, cada aƱo, Colombia recibe una ayuda militar estadounidense de 630 millones de dĆ³lares (unos 420 millones de euros).

A partir de ahĆ­, las cosas se aceleran. El 1 de marzo de 2008, ayudadas por la base de Manta, las fuerzas colombianas atacan un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) situado en el interior del territorio de Ecuador. Quito, en represalia, decide no renovar el acuerdo sobre la base de Manta que vence en noviembre de 2009. Washington responde, el mes siguiente, con la reactivaciĆ³n de la IV Flota (desactivada en 1948, hace sesenta aƱos…) cuya misiĆ³n es vigilar la costa atlĆ”ntica de AmĆ©rica del Sur. Un mes mĆ”s tarde, los Estados sudamericanos, reunidos en Brasilia, replican creando la UniĆ³n de Naciones Suramericanas (UNASUR), y, en marzo de 2009, el Consejo de Defensa Suramericano.

Unas semanas despuƩs, el embajador de Estados Unidos en BogotƔ anuncia que la base de Manta serƔ relocalizada en Palanquero, Colombia.

En junio, con el apoyo de la base estadounidense de Soto Cano, se produce el golpe de Estado en Honduras contra el Presidente Manuel Zelaya quien habƭa conseguido integrar a su paƭs en el ALBA. En agosto, el PentƔgono anuncia que dispondrƔ de siete nuevas bases militares en Colombia. Y en octubre, el presidente conservador de PanamƔ, Ricardo Martinelli, admite que ha cedido a Estados Unidos el uso de cuatro nuevas bases militares.

De ese modo, Venezuela y la RevoluciĆ³n Bolivariana se ven rodeadas por nada menos que trece bases estadounidenses, situadas en Colombia, PanamĆ”, Aruba y Curazao, asĆ­ como por los portaaviones y navĆ­os de guerra de la IV Flota. El Presidente Obama parece haber dejado manos libres al PentĆ”gono. Todo anuncia una agresiĆ³n inminente. ¿ConsentirĆ”n los pueblos que un nuevo crimen contra la democracia se cometa en AmĆ©rica Latina?

(Publicado en Le Monde Diplomatique)

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