Veneno para el porvenir - Piedra OnLine

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lunes, 15 de noviembre de 2010

Veneno para el porvenir


Por Claudia Rafael y Silvana Melo.

Piel frĆ”gil, creciendo, de poros abiertos, de sueƱos chiquitos hechos a mano, amasados en barro de calle cortada. Lo sacaron blanco como un papel. No tenĆ­a fuerzas para recoger ni los huevos mĆ”s pequeƱos ya. CĆ”ncer, dijeron. Terapia Intensiva. Abogados. Un cuerpecito de siete aƱos plagado de veneno. Que entró como hormigas por la piel frĆ”gil, de poros abiertos. Sometido a servidumbre. Hospital. Denuncia. “No recibió ningĆŗn tipo de tratamiento oncológico, por negativa de la empresa, cuando ya se le habĆ­a detectado la enfermedad”. Esclavo del tercer milenio.

El establecimiento denunciado por la Asociación Civil La Alameda es, dicen, una de las principales empresas avĆ­colas del paĆ­s, que factura mĆ”s de 400 millones al aƱo y que cada granja tiene cuatro galpones con 20 mil gallinas cada uno. “Nuestra Huella SA”, dice la denuncia.

El trabajaba desde los cuatro años juntando huevos. En los galpones se fumiga con agrotóxicos. El es pequeño, tiene la piel frÔgil, de poros abiertos, dispuesta a tragarse el futuro. Dos años atrÔs apareció en un video justo en el Día del Niño. Tenía 5. Rodeado de moscas y excrementos explicaba cómo ayudaba a su papÔ a preparar los venenos. Los mismos que entraron por los poros tan abiertos de su piel frÔgil.

Seguramente aprendió a contar hasta diez recogiendo de uno en uno los huevos. Tenía cuatro años y a veces se le quebraban entre los dedos. Hasta que aprendió que había que tocarlos apenas. La clara le pegoteaba el índice y el pulgar y se los limpiaba en la remera, siempre fuera del pantalón. Cantaría algo, mientras tanto. Tal vez tarareaba musiquitas que inventaba y preguntaba después, con ojos bien abiertos de sorpresa, por qué algunos huevos son blancos y otros castaños. Por qué algunos tienen un líquido casi transparente dentro con una especie de pelota amarilla en el medio y otros, no esos que él recoge, tienen un pollito adentro que quiebra la cÔscara y asoma al mundo, azorado -tanto como él con sus cuatro años- preguntando dónde estoy.

Familias enteras hundidas en todo el proceso desde el mismo inicio, alimentando las aves, recogiendo los huevos, removiendo el guano de gallinas o manipulando el agroquƭmico. Absorbiendo los contaminantes entre juegos y trabajo duro. Casi sin darse cuenta, enfermƔndose. Al borde de la mƔs brutal de las muertes: la de un niƱo.

Ya a los siete años, con esa experiencia que lo hizo un avezado trabajador pequeño, sabía muy bien cómo manipular el producto de esas aves de vuelo corto. No imaginaba que el cuerpo suele rebelarse ante los venenos que se inventan para que ciertos yuyos no crezcan y multipliquen. Cómo imaginarlo si ni siquiera sus propios padres, esos adultos sabios y que todo lo pueden a ojos de un niño, conocían tanta desmesura de una parte de la humanidad.

Habían llegado al norte bonaerense en los inicios de 2008 desde su Misiones. Una familia entera. Eran tres y uno en camino. Toda una ofrenda de futuro. Casa, comida, trabajo, un sueño que algún día, mañana mismo, ya no sería promesa sino tierra fértil y concreta. No sabían que tenían que trabajar todos. Todos. Hasta los mÔs chiquitos. Los mÔs endebles, los mÔs débiles, los que no pueden defenderse ni de los venenos ni de los adultos ni del cÔncer ni de los esclavizadores. Todos a trabajar.

Hay una denuncia penal ante el fiscal Orlando Bosco del partido de Campana contra los dueƱos de la empresa. Ya otra causa investiga a los patrones avĆ­colas en el Juzgado Federal de AdriĆ”n GonzĆ”lez Chavay por “trabajo esclavo”.

Pero hay una justicia mucho mÔs vasta que no mira hacia abajo. Que no ve a los ojos. Que no entiende de las angustias de las inequidades. Que no sabe de respiraciones envenenadas. Ni de futuros diamantes. Una justicia que es desigual por designio de la humanidad. La Justicia, ahora, si se despierta de su letargo y camina, tal vez ya sea tarde. Acaso un futuro mínimo, con demasiado trabajo encima como para proyectarse adelante, tenga ya marcada la línea final. CÔncer, dicen los diagnósticos. Veneno, susurran todos.

Cuando un niño estÔ tan cerca de la muerte, una convulsión sacude al porvenir. Y a veces queda tan maltrecho que no puede amanecer.

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