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sƔbado, 4 de diciembre de 2010

Noticias, y un poema de Tejada


Por Oscar Taffetani.

LeĆ­amos en el diario Perfil, el mes pasado: “En Misiones murió otro chico desnutrido. Es el tercer caso en semanas. El gobierno K de Maurice Closs trató de ocultar el tema”. PodrĆ­amos contar la anĆ©cdota de esa muerte, la anĆ©cdota con nombre y con silueta de ese niƱo y de sus padres. Y podrĆ­amos describir, como en cĆ­rculos concĆ©ntricos, el entorno de esa muerte injusta, de esa muerte evitable. Preferimos no hacerlo.

No hace mucho, tampoco, que leíamos en Clarín un racconto de los muertos por desnutrición en Salta la linda (así es el eslogan que tiene la provincia). Diecinueve chicos murieron en 2009 por falta de nutrientes. Y en lo que va de 2010, Año del Bicentenario, ya van siendo nueve. No daremos detalles ni agregaremos adjetivos para conmover al lector.

Lo concreto, no importa si llega en medios bendecidos o en medios demonizados, ni si nos topamos con la muerte a la vuelta de la esquina, es que eso estĆ” ocurriendo en un paĆ­s con rĆ©cord de crecimiento sostenido; un paĆ­s que estĆ” creciendo “a tasas asiĆ”ticas”.

Lo concreto es que tanto en esos lobos asiƔticos (les decƭan tigres, pero les queda mejor lobos) como en estas pujantes economƭas emergentes del sur de AmƩrica, hay chicos que siguen muriendo de hambre y siguen contagiƔndonos muerte y tristeza.

LA PROPUESTA INCORRECTA

Tal vez el mayor poema-denuncia de Armando Tejada Gómez (GuaymallĆ©n, 1929 - Buenos Aires, 1992) haya sido “Hay un niƱo en la calle”. En sus versos contiene una propuesta que es a la vez poĆ©tica y existencial, aunque incorrecta en tĆ©rminos polĆ­ticos:

Importan dos maneras de concebir el mundo.
Una, salvarse solo,
arrojar ciegamente a los demƔs de la balsa;
y la otra, un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último nÔufrago,
no dormir esta noche si hay un niƱo en la calle.

Sin embargo, el intendente de Colonia Santa Rosa, Dardo Quiroga, cuando aquel niño desnutrido estaba agonizando, dormía. Y el intendente de Puerto Libertad, Alfredo Rodríguez, también dormía. Y dormía el gobernador Urtubey. Y el gobernador Maurice Closs dormía. Y los ministros de la Nación hacían lo propio. Y la Presidenta estaba de viaje a la cumbre de Seúl. Pero hay un dato que es mÔs incómodo todavía: la mayor parte de los argentinos (sí, nosotros, los bicentenarios; sí, nosotros, los privilegiados) dormíamos. Dormíamos y hoy seguimos durmiendo, mientras quedan chicos y viejos, con nombre y apellido, que se despiden en silencio.

EL PEOR DE LOS CRƍMENES

Tras la muerte aquélla de Cristian Ortiz, de nueve meses (no queríamos dar detalles, pero es inevitable), su madre Cintia Mieres (16) y su tía Zula Veras recibieron un llamado del Ministerio de Desarrollo Social misionero, pidiendo que el entierro fuera lo antes posible, dado que los familiares pretendían (oh capricho) velar a la criatura. El entierro de Cristian se demoró un día y entonces la camioneta oficial para llevar al muertito hasta el cementerio ya no estaba disponible. El problema no fue que hubiera muerto un niño de hambre a pocos kilómetros de Eldorado, al sur de las Cataratas del Iguazú, patrimonio de la Humanidad. El problema era que esa noticia podía trascender la frontera provincial y costarle el puesto a algún funcionario.

Los intendentes y gobernadores cuentan con dispositivos especĆ­ficos, que le cuestan mucha plata al erario, sólo para disimular los crĆ­menes; sólo para decir “en Salta estĆ” todo bien” ó “en Misiones estĆ” todo bien”. Ellos ocultan la tierra -y la sangre- bajo la alfombra.

Al primer movimiento tratando de ocultar la muerte de Cristian, le siguió un segundo movimiento ampuloso, sobreactuado, con ministros y secretarios misioneros que admitieron que tienen 2.222 niƱos desnutridos en sus planillas y que sólo en Puerto IguazĆŗ -patrimonio de la Humanidad- hay 142. “El trabajo comunitario y de los CAPS -declaró el ministro de Salud Guccione- va en busca de ellos; el programa ha decidido ir a buscar a esta gente para decir acĆ” estamos”

Debió ocurrir el escÔndalo de la muerte de Cristian, en Puerto Iguazú para que apareciera el registro de desnutrición de Misiones. Cuando las cÔmaras y los reporteros se muden a otra provincia y a otro escÔndalo, los funcionarios misioneros volverÔn a la siesta.

A nivel nacional, en las ligas mayores de la polĆ­tica, la pelea es por mostrar cifras del crecimiento global y descenso de los Ć­ndices de pobreza. Cifras que tranquilicen al ciudadano. Pero con INDEC y macroestadĆ­stica no se come. SĆ­ dan de comer, las cifras globales, a los analistas y a los economistas. Pero no sirven para explicar la muerte de Cristian. Ni el sufrimiento de Cintia.

Allí vuelve a sonar desgarrante, incómodo, el poema de Tejada:

Cuando uno anda en los pueblos del paĆ­s
o va en trenes por su geografĆ­a de silencio,
la patria sale a mirar al hombre con los niƱos desnudos
y a preguntar quƩ fecha corresponde a su hambre,
quƩ historia les concierne,
quƩ lugar en el mapa.

Nada tenemos para agregar a esos versos. SeguirƔn marcƔndonos con fuego y esperanza. Hasta el dƭa en que no quede un solo pibe con hambre. Aquƭ, en el Paƭs Bicentenario. Aquƭ, entre las Cataratas y los Hielos que son patrimonio de la humanidad.

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