¿Por Piedra o por Zapala? - El encuentro con el desierto que no es desierto. - Piedra OnLine

Información del Mundo

miércoles, 13 de junio de 2012

¿Por Piedra o por Zapala? - El encuentro con el desierto que no es desierto.

Por Ricardo Caletti
El camino desde San Martín de los Andes hacia Neuquén Capital y el Alto Valle encierra siempre una pregunta: ¿vamos por Piedra o por Zapala?
La distancia por ambos caminos es casi la misma. A veces se sabe que hay más tránsito por la ruta que pasa por El Chocón y Piedra del Aguila que por el camino que atraviesa Zapala, Cutralcó y Huincul , simplemente porque la primera ruta es la que conduce directamente a Bariloche. O se debe tomar por alguna de las dos alternativas para eludir la certeza de algún piquete en la otra. O la elección pasa también por la época del año y la hora de transitar el camino.
Sabemos que desde mediados de marzo a mediados de mayo, es la época de brama de los ciervos colorados, y sobre la ruta 40 junto al río Collón Cura, entre los puentes de La Rinconada y Collón Cura, hay abundancia de ciervos especialmente por la noche y en particular a la altura de Cerrito Piñón, lo que obliga a conducir mucho más despacio y con especial atención. También se puede convertir en un atractivo formidable. Lo mismo que las colonias de flamencos en los remansos del río, la diversidad de aves, la visión de guanacos, choiques y jabalíes.
Por otro lado, si nos toca viajar de día y el cielo está despejado, al elegir el camino por Zapala, sabemos que la silueta indescriptible del volcán Lanín nos va a acompañar junto a la ventanilla del conductor hasta las cercanías del paraje El Salitral. Los recodos del río Catal Lil encierran imágenes de enorme paz, y más adelante el arroyo el Manzano guarda los secretos de su abundancia de fósiles marinos. Pero más allá de Zapala, el tránsito de camiones con combustible de las destilerías, puede demorar el viaje. (Click en el título para leer más)

Argumentos hay a favor y en contra de cada alternativa.
Si el viajero es amante de la paleontológía, tanto en Plaza Huincul,- Museo Carmen Funes-, como en El Chocón, hay tesoros inapreciables.


Pero tanto si vamos por Piedra del Aguila o por Zapala, hay que atravesar extensos territorios de pastizales pobres donde se desarrolla un mundo humilde, silencioso, castigado por los vientos que se aceleran en los cañadones, donde el silencio y la soledad se multiplican por la intemperie.
Es el mundo de la estepa patagónica.
Muchos la llaman “el desierto”, y nada hay más alejado de la realidad. Se supone que un desierto carece de vida, o por lo menos contiene escasas y modestas muestras.
Y la estepa patagónica contiene más biodiversidad que el bosque. Es donde se puede encontrar la mayor diversidad de especies de aves, de mamíferos terrestres, de insectos, de reptiles, de todo lo viviente, pero apretado en un universo estrecho de pastizales espinosos y ásperos de no más de 80 centímetros de altura.
Los vegetales reemplazan sus hojas por espinas para evitar la evaporación y la transpiración, y de ese modo economizan el más precioso de los recursos: la humedad.
Vista desde la altura, la estepa parece un océano de cuero arañado por el paso de antiguos glaciares y la erosión del viento y de los milenios.
Es el mundo del zorro, del guanaco y del choique.
Sin dudas la estepa no tiene el espléndido lenguaje estético del bosque, pero resulta asombroso el intento de develar sus claves e integrarse a sus secretos.
En principio, ante la soledad esteparia de la Patagonia, el hombre que la transita incorpora la sensación del náufrago. La suposición de que tanta vastedad devora. La poderosa amplitud de los espacios desdibuja la escala humana. La mínima presencia de pobladores acentúa esta sensación de abandono. Pasan los pueblos, las ciudades. Son meros oasis en los que algunos pocos de detienen unos instantes. Lo indispensable.



En ciertos oasis, hasta el desierto puede convertirse en un espejismo.
Estas vivencias poderosas producen en quienes pasan por esas inmensidades, una actitud de rechazo, de defensa. El pie baja en el acelerador. Surge el íntimo ruego de no tener ningún inconveniente mecánico, ni siquiera menor. Pareciera que “sacarse el desierto de encima” fuera la consigna.
¿Y si nos proponemos cambiar esa mirada sobre nuestra estepa? ¿Por qué no intentar amigarse con esta vastedad tan interminable como la vida que contiene, detenerse a contemplar despojándose del temor a la soledad o a los enormes espacios generosamente abiertos,-ambos elementos absolutamente ajenos al hombre de los sistemas urbanos-.
Y si alguno se anima, ¿ por qué no alejarse algunos cuantos metros del camino adentrándose en el misterio, y tenderse en la tierra y el pedregullo por debajo de los matorrales?. Después de unos minutos de adaptación, la experiencia indica que se empiezan a percibir sonidos y aromas. Y éstos van siendo cada vez más nítidos, más abundantes, más asombrosos.
Es la evidencia de la multiplicidad de vida que contiene este mundo de espinidad y de asperezas. Todo parece hervir cada vez más fuerte. Y una vez reconocidos inicialmente estos lenguajes, la sugerencia es incorporarse y tratar de contemplar la diversidad de formas de las ondulaciones del terreno,- algunas casi sensuales-, o lo anguloso de algunos roqueríos donde parece afilarse el viento, o bien los aterrazamientos asombrosos de las mesetas decapitadas por las ráfagas y los siglos.
Todo lo diverso está en ese mundo humilde del que tal vez escapemos por su capacidad de aplacarnos la soberbia.
La propuesta es, entonces, amigarse con la estepa y asomarnos siquiera un ápice a su lenguaje. De ese modo vamos a poder comprenderla e incorporar algunos de los secretos y maravillas que viven allí.


Mariana Camino, la nieta del poeta sanmartinense Miguel A. Camino, me confiesa: “lo que llamamos desierto es sinónimo de ausencias. Quien tiene vida interior nunca podría sentirse solo en ese ámbito, porque entiende su significado. Porque puede admirar la capacidad de las adaptaciones. Ni más ni menos que el empeño en persistir. Se entiende que quien puede disfrutar este maravilloso ambiente con sus características únicas y las captura, las aprehende, y puede, tal vez, entender que se necesita mucho menos de lo que pensamos para tener una vida intensa, fértil y abundante. Sólo es necesario estar involucrado con ese entorno, ser con él uno solo, y al unísono”.

Seguramente, siguiendo las enseñanzasde Mariana Camino, dejaremos de llamar a la estepa “desierto”, así vayamos por Piedra o por Zapala.