Veranada: Un camino de tradición - Piedra OnLine

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domingo, 9 de diciembre de 2012

Veranada: Un camino de tradición

Por Romina Zanellato Fotos: Fabián Ceballos
Chos Malal > Los viejos dicen que la Cordillera del Viento se inquieta con la llegada de la veranada y entonces se queja en forma de viento. Lo mismo pasa cuando los arreos vuelven a la invernada en abril, se recela porque la dejan sola y vuelve a castigar. Sobre la Ruta Nacional 40, sosteniendo el gorro de gaucho para que no se le vuele, Jairo Baeza intenta que todo el piño cruce la calzada y se meta en el pueblo para descansar a la orilla del río, al lado del puente sobre el Curí Leuvú.
Los crianceros del norte de la provincia terminan en estos días su viaje por las rutas de arreo hasta su zona de veranada. Todos los años se repite el mismo recorrido, desde los campos donde se resguardan del invierno a las zonas más ricas de pastizales en lo alto de la cordillera durante el verano.
Con las chivas recién paridas, algunas vacas y los caballos, los crianceros viajan entre 15 y 20 días hasta llegar a sus veranadas. Una vez ahí, esperan el engorde de los chivos y aguardan tranquilos el momento de volver. (Ampliar en más información)
A mitad de camino, confluyen en Chos Malal para comentar las novedades del campo, enterarse de los precios de los demás y tomar un vino en comunidad. Son pocos los días al año en los que están con gente.
Fernando Tapia ya dejó todo su piño en la veranada y bajó a ayudar a su hermano con el suyo. La primera pregunta que le hacen se repite a medida que se suman más crianceros debajo de los sauces sobre el Curí Leuvú: “¿Cómo está el pastizal allá arriba? ¿Llovió?”. “Más o menos”, contesta y se termina la charla.
La gente de campo no conversa pero sí observa. Cuando tienen algo para decir, hablan para adentro y miran fijo. La piel muestra el azote del sol y el viento. Desconfían. Acusan abandono y enorme sacrificio.
“Yo a mi piño lo conozco entero, de pie a cabeza. En seguida me doy cuenta si falta una chiva. ¿Cómo no me voy a encariñar si a algunas hasta las amamanté? Es difícil carnearlas a veces, te da lástima”, dice Jairo, apoyado en el capot de una camioneta vieja.

Compañeros de camino

Siempre están rodeados de perros. Según Fernando, son mejores arrieros que las personas. Hay que entrenarlos un poco pero aprenden rápido. Los únicos que no sirven son los galgos.
Sobre la Ruta Provincial 7, a orillas de la laguna Auquinco, Marco Vázquez arrea solo a sus 700 animales. Anda con un caballo cargado y dos perros que gruñen cuando se acercan personas. Mientras él está parado, ellos están acostados. Ni bien se sube a su caballo, los perros salen disparados a ladrarle a los chivos. Él rodea el piño y lo lleva desde atrás; los perros lo ordenan desde los costados para que los chivos no se dispersen. “Salga de ahí”, grita a los animales. Y todos se mueven en grupo.
Marco anda solo. Es de la zona de Chihuido, cerca de Quili Malal, del otro lado del río Neuquén. Es soltero y no sabe bien cuántos años tiene. “Nací en el 77, saque la cuenta”, dice. Recién está en la primera parte de su camino al campo de veranada que usa hace 13 años. Lleva como 50 kilómetros y hasta Varvarco calcula que hay como 200.
No es optimista cuando mira la inmensidad del camino que le queda por delante. “Este año no nevó, no llueve hace años, no creo que sea una buena temporada”, cuenta. El pastizal se ve amarillo y sólo se reconocen algunos mallines pequeños cuando la Ruta 7 empalma con la 40.
La sequía se sufre hace cinco años. Los chivos no están gordos como quisieran sus dueños y llegan débiles a la veranada después de tanto caminar. El verano se ve complejo en la mirada de los crianceros. “No queda otra, no hay otra que hacer”, se resignan. El destino parece escrito e irrefutable para ellos.

Otra ruta
Cruzando Chos Malal, a orillas del Neuquén, esperan que se haga de noche el joven Juan Soto y Juan y Horacio Herrera. Llevan 400 animales y los están descansando para cruzar la ciudad al otro día. Es la parte más difícil del viaje. Son del paraje El Rayoso y van hasta Los Carrizos, unos 150 kilómetros calculan. Están por carnear un chivo para cenar al lado del camino de la Ruta 40: así comienza la temporada en la que sólo comen carne, tortas fritas, pan casero y amenizan con un poco de vino o mate.
Llevan tabaco para armar; dos van a caballo con el piño y otro va sobre la ruta con la camioneta. Toman mate dulce. Hablan sobre el viento. Tienen dos perros, uno se llama Ardilla, es chiquito, con rulos color gris. Duerme enrollado al lado del fuego donde se calienta la pava. Está fresco. Todos van de campera, gorra de gaucho, camisa, pañuelo al cuello, botas de cuero y rodillera arriba del pantalón de gabardina, con el pelo hacia adentro para que abrigue y al revés para que no entre la lluvia.
Los tres esperan la hora de carnear para comer e irse a dormir. Tienen que cruzar el puente sobre el río Neuquén ni bien aclare. “No lo hacemos de noche por los accidentes. En general la gente respeta a los animales, salvo que vayan muy apurados o no sean de acá”, dice Horacio.
Los perros ordenan el arreo mientras caminan las chivas por la ruta. Ardilla les ladra al oído y los animales le hacen caso y avanzan pegados. Cada piño está señalizado con una marca en las orejas de cada animal. Cuando se juntan varios grupos en el Curí Leuvú y comienzan unidos el ascenso a su veranada, los chivos se mezclan, pero al llegar al lugar se separan solos.
En el camino venden mucho. Piden entre 350 y 400 pesos por cada animal de 12 kilos. Se los llevan vivos en su mayoría, chillan como bebés cuando les atan las patas y los suben a los autos.
El mito de que la chiva es más rica que el chivo es desestimado en un chasquido. “Es el degollador el que le cambia el gusto a la carne si el animal come la misma pastura. Si está bien degollado, la carne del animal es riquísima, sin importar si es hembra o macho”, dice Jairo. Aunque los crianceros prefieren tener mayoría de chivas en su piño porque engordan más y no se distraen, “los chivos se van a huevear por ahí”, relata.
Juan y Horacio son primos. Se suman al arreo de Jairo sobre el puente del Curí Leuvú porque son vecinos de veranada y van a transitar juntos el último tramo de viaje. Todos son de zonas diferentes y se juntan todos los años en el mismo punto del mapa, a la ida y a la vuelta. Lejos de los pueblos, ellos siguen criando su ganado, unos cuantos chivos, unas pocas vacas, unos caballos y dos o tres perros.