La increíble historia de los cosacos que eligieron Vaca Muerta - Piedra OnLine

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domingo, 1 de junio de 2014

La increíble historia de los cosacos que eligieron Vaca Muerta

Adrián Zaitsev y Leonela Rusakov, Son agricultores descendientes de rusos que vinieron y se quedaron. Crían a sus seis hijos en una isla cerca de Añelo.
Adriano Calalesina
adrianoc@lmneuquen.com.ar
A diferencia de otros pueblos y etnias, el hombre cosaco tiene un respeto incondicional hacia la mujer.
Llevan su religión ortodoxa a todas partes. Su culto es la tierra: creen que dará sus frutos en el fin de los tiempos.
AÑELO
Hay historias que inspiran ese loco sueño de vivir "fuera del sistema". De aislarse en medio del campo y echarse a dormir sin relojes, a la espera de la salida del sol. Pero hay matices entre ser un ermitaño y un esclavo del mundo moderno.
   Adrián Zaitsev (34) y Leonela Rusakov (27) se conocen hace 14 años. Él es uruguayo y ella rionegrina. Sin embargo, tienen en común una milenaria tradición cultural: son cosacos, ese pueblo migrante, agricultor y militar del sur de Rusia (cerca del territorio ucraniano) que hoy está desparramado en comunidades por todo el mundo.

   Hace tres años que están asentados en Añelo, en una modesta casa de madera y material ubicada a unos a unos 8 kilómetros al oeste del pueblo, en las orillas del río Neuquén. Para llegar hay que ingresar en tierras privadas, atravesar un bosque artificial de álamos entre jarillales que conduce a un inhóspito paraje llamado Isla de la Vanguardia.
   Allí, dicen que el mismo general Julio Argentino Roca (en la Campaña del Desierto, allá por 1880), se detuvo para que pastaran los caballos del Ejército. Son tierras fiscales donde los cosacos trabajan en una granja, aunque este año no pudieron plantar nada.
   Adrián y Leonela hablan un fluido ruso. Son jóvenes y estuvieron durante varios años asentados en Valle Azul, en Río Negro, donde conservaron todas las costumbres de cómo criar a los hijos en el trabajo de la tierra y la religión. Él, además de agricultor, es mecánico y también fue marinero.
   Cuentan que tienen seis hijos y que van a la escuela, como todos los niños, pero no sin antes caminar más de dos kilómetros hacia la ruta, donde un transporte los deja en la puerta del colegio. Para esta la nota, prefieren no exponerlos.
    “No vemos televisión, pero estamos informados, leemos algunos diarios. Hay mucha corrupción en la tele. Tenemos una, pero no la encendemos nunca”, dice Zaisev, quien aseguró manejar cuatro idiomas: español, ruso, portugués y esloveno.
   A la pareja le habían hablado de la zona actualmente valorizada por Vaca Muerta, por un tío de Adrián que está en Uruguay. Y se vinieron a criar a sus hijos y conservar “la vida de antes”. No tienen internet pero sí teléfono celular, para estar comunicados por las largas distancias.
   Leonela trabaja a la par de Adrián. Hace poco, el tuvo que volver a Uruguay a trabajar para sostener la familia durante todo el año, y se quedó varios meses, cuidando a sus hijos y trabajando en el medio del paraje. Pese a esas distancias, siempre andan con armonía, de la mano y con buen humor.
   “Volvimos en 2008 a Rusia, pero no nos gustó. Extrañamos a la gente de acá, cálida, con más corazón. El argentino que se queja es de lleno. La riqueza y las oportunidades que hay acá no se encuentran en otras partes”, añade.
   La familia vive en una precaria vivienda donde, dicen, tienen lo necesario par el alma: una biblioteca con “libros antiguos” y clásicos, que es el alimento de sus hijos. “En nuestras creencias, los chicos tienen que tener contacto con la tierra. Apenas puedan levantar una asada, tienen que empezar a trabajar. Si no, después nunca más lo pueden hacer”, comenta.
   Dicen que, según los libros antiguos que leen, "la verdura valdrá en los siglos finales". Por eso son agricultores.
   Adrián tiene una extensa historia para el que quiera escuchar. Su apellido es un emblema en Rusia. Su abuelo, Terencio Zaitsev, peleó en la Segunda Guerra Mundial. Era hermano de Vasili Zaitsev, el mítico francotirador ruso que mató a decenas de nazis durante la Batalla de Stalingrado y del cual se hizo la película Enemigo al acecho.
   “Mi abuelo fue francotirador, nosotros también lo somos, lo tenemos en la raíz. Mi bisabuelo se crió en Siberia, y las balas en ese entonces costaban muchísimo. Eran muy difíciles de comprar. Por eso, cada disparo tenía que ser seguro. Así aprendió, igual que nosotros”, recuerda.
   El espíritu libertario de los cosacos no pasó inadvertido en la comunidad de Añelo. Los conocen y tienen amigos. Pero, en el fondo, mantienen esa intimidad necesaria para no contaminarse del afuera.
   “Escuchamos algo de Vaca Muerta. A nosotros no nos beneficia ni nos favorece; pero, si a mucha gente le va a dar trabajo -concluye Adrián-, creo que está bien.”