La “Colonia pirática” del Atlántico Sur - Piedra OnLine

Información del Mundo

jueves, 4 de septiembre de 2014

La “Colonia pirática” del Atlántico Sur


“…hablan vanamente sobre las Malvinas porque los ingleses no son los ocupantes reales de las Islas. Los ocupantes reales son los Estados Unidos.”
Alberto Methol Ferré


Con un lenguaje y una argumentación que en estos días nos suena habitual y con la grosera altanería que lo caracterizaba, el 6 de diciembre de 1831 el presidente Andrew Jackson justificaba ante el Congreso de su país lo que sería una práctica cotidiana de la política exterior norteamericana: el envío de una fragata: “Hubiera colocado a Buenos Aires en la lista de los Estados Sud-americanos con respecto de los cuales nada de importancia había de comunicarse que nos afectara a nosotros, si no fuera por las ocurrencias que han tenido lugar últimamente en las Islas Malvinas, en que el nombre de esa República ha sido empleado para encubrir con apariencia de autoridad, actos perjudiciales a nuestro comercio y a los intereses y libertad de nuestros conciudadanos”.

Con posterioridad a la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata y pese a las convulsiones políticas internas las autoridades de Buenos Aires comenzaron a preocuparse por la administración racional de los recursos del Atlántico Sur que estaban sometidos a un saqueo irracional. Esta expoliación fue denunciada durante el gobierno de Martín Rodríguez (1821)y se acometió la difícil tarea de crear una compañía de pesca. Se prohibió la matanza de lobos hembras y sus crías, se reglamentó la pesca y se recomendó suspender el sacrificio de elefantes marinos por varios años. Por entonces no menos de 60 navíos ingleses y norteamericanos se dedicaban al faeneamiento de ballenas, focas, elefantes y lobos en aquellas latitudes. Se aprovechaban sus finas pieles y con sus grasas se fabricaban aceites industriales, sobre todo para lámparas de iluminación de un rendimiento infinitamente superior a los vegetales: un lobo mediano rendía entre 20 y 25 litros de aceite.


Esta iniciativa de administrar racionalmente los recursos naturales del Atlántico Sur fue el comienzo de un conflicto de larga data, aún no concluido, cuya última manifestación fue la dolora herida de 1982. El celo del entonces gobernador argentino, Luis Vernet, por hacer respetar la legislación que representaba, lo llevó a apresar tres buques de bandera norteamericana que faeneaban sin la correspondiente licencia: las goletas Breakwater, Harriett y Superior. la primera logró huir y dar aviso a un buque de guerra, la corbeta Lexington al mando de Silas Duncan, quién, con una curiosa interpretación de la Doctrina Monroe, ingresó a las Malvinas enarbolando pabellón francés – como cualquier corsario o filibustero en tiempos de guerra – y en nombre de los derechos de los ciudadanos estadounidenses – el 28 de diciembre de 1831 arrasó la colonia, saqueó sus instalaciones y dispersó a pobladores desarmados. Haciendo caso omiso a la Doctrina Monroe, la potencia septentrional alegó en el curso de la discusión que no estando comprobada en forma incuestionable que las susodichas islas integraran el patrimonio de la república – pues existía una reclamación latente interpuesta por Gran Bretaña – no tenían justificativo legal los actos de autoridad ejercidos por Vernet. La usurpación británica de 1833 sería la consecuencia natural.

Las relaciones entre Washington y Buenos Aires quedaron prácticamente interrumpidas durante los siguientes once años. La correspondencia sobre este incidente entre los dos países continuó por cincuenta años hasta que, en marzo de 1886, el departamento de estado le aconsejó al representante argentino en Washington que no se discutiera más el caso mientras la posesión de las islas fuera disputada por Gran Bretaña. .

El mito de Monroe

Para el presidente Jackson se trató del escarmiento a una “colonia de piratas y contrabandistas” sobre la que no reconocía la soberanía de la nación del Plata. La expulsión de sus ocupantes era el precedente de otros desalojos como el de los cherokee de Georgia, empujándolos hacia Alabama y luego hacia las tierras improductivas al otro lado del Misisipí, mediante sobornos y otros procedimientos. Pero muchos consideraban que el gran río era el “valle de de la democracia”. Hacia 1850 dicho valle quedaba ya densamente poblado y cultivado, habiéndose expulsado a las tribus indígenas mucho más al oeste y sin demasiadas ceremonias. Los territorios de la orilla oriental estaban divididos en estados, muchos de los cuales se adhirieron en tropel a la Unión: Luisiana en 1812, Missouri en 1821, Arkansas en 1836, Iowa en 1846. Lo que comenzó siendo un goteo se transformó en una inundación que arrolló todo a su paso hasta la costa del Pacífico, en California.

El 2 de diciembre de 1823 James Monroe había enunciado la doctrina de su nombre, la cual tenía algunas limitaciones en su enunciado, generalmente conocido como “América para los Americanos”, pues establecía que Estados unidos no intervendría para expulsar a las potencias europeas con colonias ya establecidas; que nuestro continente no debería ser considerado como objeto de colonizaciones futuras; que Estados Unidos no intervendría entre guerras de naciones europeas, pero que no actuaría con indiferencia si se atacaba a naciones sudamericanas y que toda intervención contra esas naciones sería considerada enemiga. Parecía desprenderse de ella que Estados Unidos renunciaba a anexiones de otros países del continente, pero no cumplió con esta cláusula en el caso de México y tampoco respetó la colonia española adquirida, y bien de antiguo, de Cuba. Tampoco lo cumpliría en el caso de Malvinas, ni en los bloqueos anglo-franceses, ni en los sectores antárticos de Chile y la Argentina.

La doctrina, aunque llevó el nombre del presidente Monroe, fue redactada por su secretario de estado John Quincy Adams. Su motivo, el peligro que la Santa Alianza europea formada por Austria, Prusia y Rusia quisiera intervenir a favor de la monarquía española y contra la insurrección de las colonias americanas, cuyos diversos focos llevaban diez años ardiendo ininterrumpidamente. En realidad, en la práctica fue la teoría para legitimar la dominación y la intervención sobre el resto del Hemisferio para lo cual construyó un mito que aún perdura. La primera mención al “Destino Manifiesto” surgió en 1845 gracias a un termocéfalo periodista llamado John O´Sullivan, cuando escribió que “la realización de nuestro destino manifiesto consiste en expansionarnos por el continente que nos ha concedido la providencia para el libre desarrollo de nuestra población, que todos los años se multiplica a millones”.

El “Destino manifiesto” convenció a muchos de los semianalfabetos que leían los periódicos. se les sugirió la idea que el expansionismo norteamericano tenía una justificación moral, y les convenía creerlo. De este modo podía exterminar indios y mexicanos, creyendo que eran unos salvajes infrahumanos, y hostigar a británicos, españoles y franceses considerándose impecablemente justificados por hacerlo. Negarlo equivalía a negar el patriotismo de aquellos estadounidenses, y tal vez incluso su virilidad. Incluso en pleno siglo XX, Taft, siendo presidente entre 1909 y 1913 pudo decir: “Todo el hemisferio será nuestro de hecho, como en virtud de nuestra superioridad de raza (sic) ya es nuestro moralmente”. No en vano su coterráneo Mark Twain contestó irónicamente: “La bandera norteamericana no tiene que tener las cuarenta y ocho estrellas sino cuarenta y ocho calaveras”.

Cerco a la Antártida

Hacia 1830, Inglaterra seguía liderando a todas las naciones con su poder naval y su Revolución Industrial que, en su necesidad de nuevos mercados, impelía a la expansión imperialista. Salía de la etapa artesano-industrial para entrar en la industrial capitalista. En lo económico, principalmente marítimo, el crecimiento de Estados Unidos y las recientes naciones sudamericanas ofrecían una enorme área de desarrollo para la industria y los capitales británicos. Por eso el tránsito del mercantilismo a una política de libre comercio fue una consecuencia natural. Con el dominio de los mares, Inglaterra buscaba y ocupaba posiciones estratégicas y explotaba los recursos naturales necesarios para sus fábricas. El Imperio Británico fue, básicamente, costero e insular, por eso se lo ha caracterizado como puntiforme, diferenciándolo de otras como la de la mayoría de los países europeos e incluso los propios Estado unidos que fueron del tipo uniforme. La talasocracia inglesa, esto es un imperio asentado en el dominio de los mares, se fundó sobre el control de innumerables puntos sean estos ínsulas o costas separadas entre sí. Todos estos puntos tenían un común denominador: su carácter estratégico, es decir, que cimentaban el dominio de las grandes rutas marítimas, a través de las cuales Inglaterra dominó el comercio mundial, tanto el lícito como el corsario. En el Atlántico Suroccidental, el Mar Argentino, al igual que hoy efectuaba actividades ilegales de pesca, pero todavía no había podido obtener una posición importante en el Atlántico para poder dominar los pasajes interoceánicos: la puerta al Pacífico y Australia y Nueva Zelanda, de ahí el interés por el archipiélago malvinero.

En el Mediterráneo, Inglaterra usurpó Chipre, Creta, Malta y Gibraltar, con lo cual obtuvo el dominio de la ruta hacia el cercano oriente. Construyó el Canal de Suez para comunicar aquél con el Mar Rojo, apuntando hacia la península arábiga.. En ésta, asentó sus reales en Omán, Adén y otros sultanatos, todos costeros. Se repartió con la Rusia zarista dos zonas de influencia en Irán (1907). Incorporó al imperio a Pakistán y la India y, para controlar la ruta de navegación, a Ceylán. Ya en el Extremo oriente, dominó Birmania, Singapur – pieza clave para el contralor del estrecho de su nombre – en la Malasia, y por ende la ruta hacia Australia, las isla de Indonesia, China e Indochina. Completaban el plano imperial dos posesiones fundamentales: el norte de Borneo y Hong Kong.

En América, desde la implantación inglesa en Terranova en 1583, fue asumiendo el contralor de diversas ínsulas claves, tanto en el Caribe como en América del Sur, Bermudas, Dominica, Granada, Santa Lucía, Santo Tomás, Jamaica, trinidad Ascensión, santa Helena (estas dos no pertenecen geográficamente a nuestra América, pero es indubitable que entran dentro de nuestro ámbito geopolítico, como lo prueba la utilización de Ascensión como trampolín para la agresión en el atlántico sur), Tristán da Cunha, Sandwich, Georgia y Malvinas, sin olvidar a las Shetland del Sur que pertenecen a la Antártida, pero que poseen proyección sudamericana. Asimismo, existe otra posesión, que aún subsiste aunque se halla deshabitada: isla Gough, aproximadamente en la latitud de 42° sur, dominando el arco que se desarrolla entre el cabo de Buena Esperanza y la Península Antártica.

Las Malvinas no son solo una mutilación colonial en el continente americano, sino que es la consolidación de tres décadas de presencia marítima, aérea y misilística de la OTAN en el Atlántico Sur, constituyéndose en una amenaza permanente para los países de la región. Para ello ha establecido un anillo de influencia y control marítimo en todo la región del Atlántico Sur sustentada en seis enclaves estratégicos:

-La isla Ascensión, enclave angloamericano fundamental en el aprovisionamiento y en la logística tanto en tiempos de guerra como de paz en la región del Atlántico y a más de 8.000 kilómetros de Gran Bretaña.

- La isla santa Helena y el islote Tristán da Cunha, dos puntos de refuerzo de gran importancia en el despliegue naval británico.

- Las Islas Malvinas, donde está asentada desde hace tres décadas la fortaleza militar que encubre las actividades económicas e ilegales iniciadas a partir de la declaración unilateral de la zona de exclusión en 1987. En tal sentido, en mayo de 2009, el gobierno del Reino Unido presentó ante la Secretaría de la Convención de derechos Marítimos de las naciones Unidas, el reclamo de delimitación de la plataforma continental en torno a las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur hasta las 350 millas, proyectando, de esa manera, su ocupación colonial sobre una superficie marítima de unos 3.500.000 km2. A su vez, en noviembre de 2011 Londres anunció la creación del santuario ecológico más grande del mundo en torno de las islas subantárticas con la oculta intención de ampliar la zona de exclusión.

-El pretendido sector antártico británico y su plataforma continental, que constituyen un área de influencia estratégica de más de 1.000.000 de kilómetros cuadrados, situación que compromete decisivamente la proyección antártica de los países del Cono Sur.

Este formidable despliegue de control marítimo y naval en el atlántico sur, que no tiene antecedentes en cuanto a la vastedad de sus objetivos en los dos siglos de presencia británica en la región es inescindible de la política hemisférica del Departamento de Estado norteamericano. No en vano, el año pasado el presidente de la Academia de Geografía de la Federación Rusa declaró que “Malvinas fue la primera batalla de la próxima guerra mundial, que no tendrá connotaciones ideológicas sino que será por los recursos inexplotados del continente antártico”. Solo así se comprende la sugestiva reactivación de la IV Flota, versión remozada de la política del “Big Stick”, con la excusa de desarrollar “tareas humanitarias” y de control del narcotráfico y el terrorismo. Es evidente que ante el fracaso de imponer una política de libre comercio en el continente, una suerte de unión aduanera o “Zollverein” que viene intentando infructuosamente imponer desde la primera Conferencia Panamericana de 1889 y el renovado crédito a la gestión de los gobiernos nacionales y populares de la región, que alientan la recuperación de sus recursos enajenados, la excusa de movilizar un portaaviones de propulsión atómica con sus correspondientes naves de apoyo para reventar una “cocina” de cocaína o arreglarle la dentadura a un indio del amazonas suena poco creíble.

Las islas del Tesoro

El término “territorio” se utiliza en el derecho internacional público para referirse a todos los espacios – ya sean terrestres o marítimos – que están bajo la soberanía de un Estado.

En la presentación que la Argentina efectuó el 21 de abril de 2009 ante la Comisión de Límites de la Plataforma Continental – un órgano técnico internacional creado por la Convención internacional del mar – nuestro país informó oficialmente a la comunidad internacional que la Argentina es una nación bicontinental, con un territorio que totaliza cerca de 10.400.000 kilómetros cuadrados.

La presentación suma los espacios terrestres argentinos en el continente sudamericano y los 965 mil kilómetros cuadrados del sector Antártico Argentino, los territorios insulares correspondientes y los espacios marítimos de nuestra plataforma, tanto superficiales como los de la columna de agua y los del lecho, en subsuelo marino. una de las consecuencias más dramáticas de la ocupación ilegítima del Reino unido, que abarca Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich del sur y los espacios marítimos circundantes, es que de esos 10.400.000 kilómetros cuadrados, cerca de tres millones de kilómetros cuadrados permanecen ocupados ilegítimamente por la potencia colonial.

Esto significa que la Argentina tiene cerca de un tercio de su territorio bajo dominio de una potencia extranjera y extracontinental. Cuando se denuncia la “depredación de los recursos naturales del Atlántico Sur”, de lo que se está hablando es de lo que ocurre dentro de esa área de tres millones de kilómetros cuadrados usurpados por la fuerza colonial británica desde hace 179 años.

Según el gobierno isleño, hay el equivalente a más de 60.000 millones de barriles en la aguas adyacentes al archipiélago. Otros cálculos más conservadores hablan de 18.000 millones de barriles. en cualquier caso, es una riqueza que supera por amplísimo margen las reservas totales de crudo en la Argentina y Gran Bretaña. A poco de finalizar el conflicto por la soberanía de las islas el Reino Unido aceleró los pasos tendientes a encarar decididamente un programa de prospección geofísica y exploración hidrocarburífera en las aguas adyacentes a las isla Malvinas y al respecto, hay dos aspectos que merecen la debida atención si se quiere realizar un análisis fundado sobre la situación realmente existente.

Uno de ellos se refiere a la situación de persistente caída de los volúmenes de extracción y explotación hidrocarburífera en las cuencas marinas del mar del norte, área geográfica de decisiva importancia estratégica para Gran Bretaña en el último medio siglo en términos de acceso seguro y eficiente a los recursos energéticos. Ello configura en el marco del escenario global, una vulnerabilidad estructural que señala la ineluctable declinación productiva de una de las regiones fundamentales para la provisión de energía abundante y barata para Gran Bretaña. Recordemos que este yacimiento transformó completamente la estructura socioeconómica de Noruega, país que pasó de una economía de subsistencia basada en la pesca y la explotación forestal para transformarse en uno de los más altos de índice de vida en Europa y el mundo.

El otro aspecto, remite a la necesidad de consolidar una industria hidrocarburífera sólida y con perspectivas de generación de divisas en el mediano y largo plazo, a fin de tornar sustentable no solo la estructura de gobierno y el nivel de vida de los kelpers, sino financiar el mantenimiento de las bases militares y garantizar los intereses energéticos británicos en toda la región del atlántico sur de cara a la acentuación de la puja por los recursos en las próximas décadas. Los actores que están detrás de la ambiciosa empresa de la explotación hidrocarburífera en las Malvinas., han conformado una compleja trama de intereses cruzados, en la que participan operadores de hidrocarburos especializados en la s exploración off-shore, empresas proveedoras de servicios, insumo y equipamientos para el desarrollo de las actividades, corporaciones financieras y sectores de lobby vinculados a la promoción permanente de los intereses de los kelpers en todo el mundo.

A su vez, la disputa entre la Argentina y Gran Bretaña tiene correlato en la industria pesquera nacional. Hace tiempo que fuentes de la Armada Argentina advierten sobre las actividades pesqueras españolas en aguas aledañas a las islas, con permisos otorgados por el gobierno británico, que no computan regalías ante la argentina. estas aguas corresponden a la llamada Falkland Conservation Zone (FCZ o Zona de Conservación de las Malvinas), establecida unilateralmente por Gran Bretaña, que se superpone con la Zona Económica Exclusiva de nuestro país. Esto plantea una compleja situación diplomática y ambiental, ya que las autoridades de las islas adelantan las fechas de apertura de la pesca de recursos como el calamar ilex y hubsi y comprometen seriamente la preservación de la especie.

El Atlántico Sur, merced a ese portaviones insumergible que constituye el archipiélago de las Islas Malvinas, se ha transformado en la góndola del supermercado que ofrece alimentos y energía – por cuya apropiación estallan conflictos recurrentemente – con el cartel de “Sírvase Ud., mismo” ignorando olímpicamente todas las resoluciones de los organismos internacionales. Tal vez Andrew Jackson no estaba tan equivocado cuando bautizó como “Colonia Pirática” a esta remota región.

Fuente: Una Mirada Austral