Flavio Ramírez
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Cuando las calles de la ciudad comienzan a tomar vida, ellos ya trabajan y caminan cientos de cuadras detrás de una jauría. Son los paseaperros, los que cuidan y sacan a hacer ejercicio a las mascotas preferidas de los neuquinos.
20 perros son los que, por ordenanza municipal, puede llevar de tiro un paseador.
Su actividad está regulada por la Ordenanza 12.134, que establece un registro y pone límites al número de animales que pueden llevar. En su mayoría son chicos y chicas jóvenes amantes de los perros. Algunos, los que llevan años en esto, logran entenderlos a la perfección y conocen las mejores técnicas para dominarlos sin que se peleen todos contra todos.
Fernando es uno de ellos. Comenzó a pasear perros de adolescente en su Buenos Aires natal, donde ayudaba a otros. Después se mudó a Neuquén y hoy hace 22 años que se dedica a caminar con los canes. Es, oficialmente, el primer paseador de Neuquén.
A un costado de Parque Norte, en un rincón que pocos neuquinos conocen, en la calle Albardón al 101 está lo que él llama su "oficina". Es un espacio verde plagado de grandes arbustos, eucaliptos, pinos y árboles secos. Cuando comenzó a ir, el lugar quedaba en el final de la ciudad; hoy el urbanismo terminará de consumirlo. Al lugar llegan todos los días unos 40 paseadores para hacer que sus clientes correteen y jueguen libremente.
El muchacho está rodeado de una veintena de perros (el máximo permitido por el municipio). Algunos están acostados, otros juegan y unos pocos hacen la suya por ahí. Estos últimos, según el paseador, son los más obedientes. Entre ellos sobresale uno grande, que en soledad mira al resto.
Es Comú, el macho dominante, el que controla a los más revoltosos. Cuando él entra en el grupo, todos lo siguen obedientes.
"Hay que identificar a los líderes, pero el verdadero líder es el propio paseador", indica Fernando mientras pega un grito para calmar a Leopoldo, un weimaraner que busca pelea.
Los paseadores precisan que es necesario tener una voz de autoridad que ellos puedan entender y acatar órdenes. "Hay que controlar la situación, más cuando andás con los perros en la calle", aclara Raúl, otro de los tantos caminantes de la capital, con correa en mano.
Los vecinos que viven en departamentos son los que más llaman a los paseadores. Pero también quienes tienen casas con grandes patios, dado que los animales necesitan varias horas de ejercicio por día. Esto hace que muchos paseadores entablen una relación de confianza tan fuerte con la mascota, que hasta sus dueños les dan las llaves de sus casas para sacarlos y meterlos cuando ellos no están.
Gustos y preferencias
Si bien todos los paseadores llevan perros de diferentes razas, ellos tienen sus preferencias a la hora de recomendar qué tener en la casa. El primer lugar se lo llevan los ovejeros alemanes, por ser los más obedientes, fieles y guardianes. Los border collie también son elegidos por ser los más inteligentes. Mientras que los labradores son los que más problemas suelen dar por ser desobedientes y revoltosos. Todos coinciden en que los perros callejeros son los más fieles y suelen ser obedientes. Aunque es común verlos recorriendo las calles, tratan de evitar las plazas y los parques porque son lugares muy concurridos y van los niños. "Muchos se quejan y tienen miedo de que los perros los muerdan y hacen denuncias en las redes sociales contra nosotros", afirman.
Los vecinos se molestan porque los pichichos ensucian la ciudad. Sin embargo, todos los paseaperros llevan bolsitas para levantar la caca de sus clientes, algo que la inmensa mayoría de los dueños no hace. Hoy, contratar este servicio puede costar entre 350 y 1000 pesos mensuales, y para hacerlo hay que ubicar a los paseadores en sus recorridas matinales o por referencia. La tecnología y las redes sociales también ayudan.
Famosos
Los que dejaron su huella en la ciudad
Como todas las ciudades, Neuquén también tiene a sus perros con historia. Duky era un perro callejero adoptado por un conocido peluquero. Cuando el estilista murió, los vecinos se hicieron cargo de él. Como la perrera municipal lo atrapaba seguido, lograron un recurso de amparo para impedirlo y permitirle andar libre por las calles. Para poder distinguirlo, le tiñeron la cola de color verde.
A mediados de los 90, un ciruja y su perro vivían cerca del policlínico ADOS. Cada vez que los enfermeros internaban al hombre para asearlo y curarlo de sus enfermedades, el animal lo esperaba en la puerta hasta que salía. Cuando el linyera murió, el perro se pasó ocho años frente al sanatorio esperándolo, como el histórico caso de Hachiko, el can japonés de raza akita recordado por su lealtad a su amo, el profesor Eisaburo Ueno, caso que tiempo más tarde llegó al cine.