La familia Mendoza llegĆ³ desde Bolivia para trabajar la tierra casi sin descanso.
Flavio RamĆrez
ramirezf@lmneuquen.com.ar
NeuquƩn
El despertador suena a las cuatro de la madrugada. Bastante antes de que los gallos anuncien la llegada del dĆa. No hace mucho que Luciano y sus hijos se acostaron. Estuvieron hasta las dos preparando y embalando los cajones de verduras que ahora deben llevar al Mercado Concentrador de NeuquĆ©n. AllĆ esperan poder venderlos a buen precio y terminar la jornada de trabajo que reciĆ©n empieza.
Son las seis de la maƱana. DespuĆ©s una larga espera, la familia Mendoza comienza a vender sus tomates, morrones, ajĆes, berenjenas, zapallitos, cebollas, remolachas. Las negociaciones son duras, no siempre el precio del mercado los ayuda. Sin embargo, logran vender todos los cajones y bolsas. Antes de volver a Cinco Saltos a continuar con el trabajo en la huerta, Luis y Gilberto, los hijos de Luciano, tienen que aguardar que los camiones que salen a Bariloche comiencen a cargar. Son los Ćŗltimos en irse.
Hace cinco horas que estĆ”n de pie. Casi no durmieron. Ahora enfrentan la dura tarea de sacar los yuyos de los surcos, acomodar las hileras o regar. Hasta que no llegue el mediodĆa no descansarĆ”n.
No importa si es verano y el calor agobia o los insectos aturdan con los zumbidos y las picaduras, ellos estarƔn de pie junto a las plantas.
4 A esa hora suena el despertador y comienza la jornada laboral.
"El calor es lo peor que tenemos que aguantar", dice Luciano mientras cosecha, a pleno rayo de sol, unos ajĆes amarillos para pickles listos para envasar. "Siempre me gustĆ³ trabajar la tierra" dice. En PotosĆ, Bolivia, tambiĆ©n era agricultor, pero como muchos de sus compatriotas decidiĆ³ probar suerte en Argentina, donde llegĆ³ hace siete aƱos con su esposa y sus cinco hijos.
A pocos metros de Ʃl, su hija Vanesa y su nuera Yoli cortan ramitos de perejil y albahaca. En otro cuadro, Martina desmaleza los surcos y cuida de su nieto Luis Ernesto, que con dos aƱos ya comienza a tomarle el gusto a estar en la chacra.
Cuando el sol llega al cenit, los Mendoza se toman el primer descanso del dĆa y se juntan en la casa para almorzar. DespuĆ©s podrĆ”n dormir una siesta reparadora.
A las cuatro de la tarde, cuando el calor comienza a disminuir, los Mendoza salen otra vez. Esta vez se meten entre las plantas a cosechar. Los mosquitos y los jejenes invaden todo y hacen la vida insufrible con sus picaduras. Mientras este cronista y su fotĆ³grafo los padecĆan, los Mendoza parecĆan inmunes a su presencia. "Ya estamos acostumbrados", explica Luis, el hijo mayor.
"Siempre nos gustĆ³ la chacra. Tenemos mucha libertad", asegura. "Nosotros no tenemos horarios y nadie nos dice quĆ© hacer. Hacemos lo que nos gusta", afirma mientras terminan de llegar los cajones de tomates que hace pocos minutos cosechĆ³ junto a Gilberto y Juan Pablo. Tiene las manos teƱidas por la clorofila de las plantas. "Lo Ćŗnico feo es el calor y estar siempre sucios", aƱade con la sonrisa cĆ³mplice de sus hermanos.
"Lo que mƔs disfrutamos es el paisaje, es mucho mƔs lindo que el del barrio", responde Gilberto a la pregunta de quƩ es lo que mƔs les gusta de la chacra. "MƔs sabiendo que fue uno el que lo hizo", agrega.
El dĆa comienza a extinguirse y ya casi no se ve. Los Mendoza abandonan la huerta, pero no las labores. En la casa, mientras Martina y su hija Vanesa preparan la cena, los hombres terminan de embalar, descartar las verduras que no sean Ć³ptimas y cargan la camioneta para el otro dĆa.
En Centenario estĆ” Fredy, el mayor de los hijos, que en su verdulerĆa ofrece lo que su familia produce con tanto sacrificio y pasiĆ³n.
La chacra no da descanso. El ritmo es el mismo durante las cuatro estaciones. Siempre habrĆ” alguna tarea que hacer.
El Ćŗnico dĆa que se permiten relajar es el sĆ”bado. DespuĆ©s de llevar sus verduras y hortalizas a la feria de productores de Centenario, los Mendoza se reĆŗnen con sus familiares a disfrutar de un merecido asado. DespuĆ©s, los mĆ”s jĆ³venes se irĆ”n a jugar al fĆŗtbol.
Desde hace unos aƱos que el Alto Valle vive una lenta reconversiĆ³n de sus chacras. Aquellas que hace no mucho estaban abandonadas y dejadas al olvido por el escaso valor de la pera y la manzana, hoy cobran vida gracias a las verduras y hortalizas.
Miles de manos laboriosas, en su inmensa mayorĆa de origen boliviano, trabajan incasables la tierra para modificar el paisaje y llevar el alimento a la mesa de los valletanos.
domingo, 20 de marzo de 2016
La laboriosa vida de los nuevos colonos del valle
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# Fuente: lmneuquen.com.ar

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