Homenaje a Mariano Ferreyra.- - Piedra OnLine

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sƔbado, 23 de octubre de 2010

Homenaje a Mariano Ferreyra.-


Mariano

El Estado abandĆ³nico y predador tiembla como una hoja cuando toman la calle. Uno ruge y los otros cantan en sintonĆ­as paralelas. Y al canto que no se entiende se lo enmudece. Se lo vuelve charquito de sangre que despuĆ©s correrĆ” en rĆ­os por todas las venas de la tierra.

Mariano Ferreyra tenĆ­a 14 cuando abriĆ³ los brazos a los sueƱos. Cuando empezĆ³ a entender, caĆ³ticamente, que esa vereda por la que caminaba a tientas se podĆ­a transformar. El estado abandĆ³nico y predador tiembla como una hoja cuando un pibe enciende la rebeldĆ­a. A la edad en que la rebeldĆ­a asoma como un animalito tĆ­mido, cachorro patizambo. A la edad en que justamente se intenta imponer la imputabilidad, porque ese cuerpo inseguro, creciente, de vello incipiente en la barbilla infantil, maquinaria de sueƱos nuevos, es un peligro para una estructura social determinada y determinante.

Fueron los estudiantes franceses los que masivizaron la protesta contra la reforma al rƩgimen previsional, tan lejanas las consecuencias en miradas en las que la vejez y la muerte no son posibles mƔs que para los otros.

Son ellos los que hacen temblar como una hoja al Estado que les manda la policƭa, la bala en medio del pecho, la sangre bajando por el costado. Y despuƩs la imagen de Mariano Ferreyra a los 23, casi muerto antes de la muerte, en la camilla hacia la iconografƭa, tan guevariana la imagen y tan pibe - infanterƭa en ese trabajo duro y de semilla que es la lucha diaria por deshilachar la injusticia. Deshilacharla hasta que la injusticia no sea mƔs que un montoncito de pelusas que un soplo de viento sur se lleva a los confines de todos los pasados.

Apenas mĆ”s de 14 tenĆ­a cuando vio desangrarse a Maximiliano Kosteki y DarĆ­o SantillĆ”n. Estaba ahĆ­. Tan cerca que los atrapĆ³ en las retinas y los tenĆ­a en los bolsillos el miĆ©rcoles, cuando fueron a cortar las vĆ­as. Siempre por los expulsados a empujones del sistema. Los tercerizados, es decir, los terminales. Los que se caen. Los que se sostienen con los Ćŗltimos tres dedos de la cornisa hasta que el Estado les pone la bota sobre las uƱas.

Cuando el balazo le atravesĆ³ el pecho los paredones del puente PueyrredĆ³n comenzaron a esperar al tercer brazo en alto de la rebeldĆ­a. Alguien lo dibujarĆ” y serĆ”n una multitud. Y el Estado abandĆ³nico y predador volverĆ” a temblar como una hoja cuando bajen por las calles a la hora en que rompe el dĆ­a.

Silvana Melo

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