Roca y los Mapuches.- - Piedra OnLine

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viernes, 9 de diciembre de 2011

Roca y los Mapuches.-

La vasta geografĆ­a del territorio indĆ­gena durante el virreinato del RĆ­o de la Plata. Medio paĆ­s.

En 1952 el historiador inglĆ©s Arnold Toynbee sorprendiĆ³ al mundo intelectual con su libro "El mundo y el occidente", una reflexiĆ³n poco condescendiente sobre la agresiĆ³n de los paĆ­ses europeos al resto del mundo. Rusia, el Islam, China, India, fueron a su turno, repitiendo la tradiciĆ³n de los dos primeros agresores de occidente, los griegos y los romanos, de quien dijo uno de sus vencidos: "Convierten en desierto y le llaman paz".

Aunque la conquista de AmĆ©rica se inscribe en ese mundo de expansiĆ³n de las potencias europeas, el nuevo mundo era considerado, como Australia y Nueva Zelanda, uno de los Ćŗltimos espacios vacĆ­os existentes. Sin embargo, su conducta con la relativamente escasa poblaciĆ³n, fue tal vez mucho mĆ”s cruel y despiadada, matizada con nobles esfuerzos, generalmente estĆ©riles, por atenuarla. Para decirlo con las palabras de los historiadores norteamericanos Morison y Commager, al analizar su propia experiencia en aquel hemisferio: "…la historia de una guerra bĆ”rbara, intermitente, de promesas y pactos rotos, de odio y de egoĆ­smo, de corrupciĆ³n y mala administraciĆ³n, de alternativas de agresiĆ³n y vacilaciĆ³n por parte de los blancos, de defensa heroica, desesperaciĆ³n, ciega barbarie y derrota fatal, por los indios" .

En la AmĆ©rica espaƱola, la virtual conversiĆ³n de los vencidos a la esclavitud motivĆ³ la protesta de algunos frailes, entre ellos BartolomĆ© de las Casas, Francisco de Vitoria, Luis de Valdivia y Gil de San NicolĆ”s entre otros, que consiguieron que la corona espaƱola dictara normas que pretendieron humanizar la relaciĆ³n con los indĆ­genas vencidos, por cierto que con poco Ć©xito.

Los soldados hispanos, triunfantes ante las grandes civilizaciones aztecas, mayas y quichuas, encontraron sin embargo dificultades insalvables con los aparentemente menos refinados pero mƔs belicosos mapuches, con quienes debieron convivir durante tres siglos sin encontrar modo de evitar los malones y las no menos crueles represalias.

DespuĆ©s del desastre de Tucapel en 1553 y Curalaba en 1598 y la subsiguiente rebeliĆ³n de los mapuches, no quedĆ³ un solo asentamiento espaƱol al sur del BĆ­o BĆ­o, y EspaƱa tratĆ³ a los mapuches de estado a estado. Todos los acuerdos posteriores, las paces de QuilĆ­n (1641) y los parlamentos de Negrete (1793 y 1803) reconocieron esa frontera que perdurĆ³ hasta 1881, en que las victoriosas tropas chilenas en la Guerra del PacĆ­fico resuelven invadir el reducto de los que ellos denominaban araucanos.

No hubo cambios, como puede verse, entre la polƭtica de la corona espaƱola y la de sus sucesores argentinos y chilenos, que siempre consideraron como parte de su territorio las tierras ubicadas en el sur de Chile y la Argentina, como una inferencia legƭtima del Tratado de Tordesillas y la bula "inter caetera" del papa Alejandro VI.

No obstante, todos los intentos por correr la frontera hacia el sur fracasaron, hasta la primera expediciĆ³n al desierto organizada y dirigida por Juan Manuel de Rosas en 1833. Rosas llegĆ³ hasta el rĆ­o Negro y mantuvo las fronteras estables en esa protecciĆ³n natural, hasta su derrocamiento en Caseros, cuando las guarniciones militares de los fortines que la protegĆ­an, fueron retiradas para incorporarse al ejĆ©rcito derrotado por Justo JosĆ© de Urquiza. A partir de 1852 y hasta la segunda expediciĆ³n al desierto en 1878, las fronteras de la Argentina volvieron virtualmente al rĆ­o Salado en la provincia de Buenos Aires y a los fortines que protegĆ­an a Mendoza, CĆ³rdoba, Santa Fe, San Luis y las provincias andinas del norte.

Esta situaciĆ³n se mantuvo inalterable hasta la segunda expediciĆ³n comandada por Julio Argentino Roca, culminada tambiĆ©n exitosamente, pero con resultados definitivos.

Las dos expediciones siguieron una estrategia similar. En realidad, explĆ­citamente, el general Roca imitĆ³ en su planes militares lo realizado por Rosas: tres o mĆ”s columnas en abanico para converger finalmente en la confluencia y convertir el rĆ­o Negro en la nueva frontera.

El tratamiento con los indĆ­genas, sin embargo, parece haber sido diferente. La conducta de Rosas con los indios tuvo un testigo inesperado: el cientĆ­fico inglĆ©s Charles Darwin, quien luego de desembarcar en Patagones y aprovechar que el Beagle debĆ­a tocar BahĆ­a Blanca, decidiĆ³ hacer el tramo por tierra.

Darwin estuvo conviviendo prĆ”cticamente con las tropas del ejĆ©rcito en la costa del Colorado, se entrevistĆ³ personalmente con Rosas y describiĆ³ en sus memorias del viaje, la impresiĆ³n que le produjo el contacto con los soldados y el tratamiento con los indios.

"…pocos dĆ­as despuĆ©s vi otras tropas de estos soldados con facha de bandoleros, que partĆ­an en una expediciĆ³n contra una tribu de indios de las pequeƱas salinas, traicionados por un cacique prisionero. Los indios, hombres, mujeres y niƱos eran unos 110 y casi todos fueron prisioneros o muertos, porque los soldados acuchillaban a todos los varones. Los indios se hallaban tan aterrados que no ofrecĆ­an resistencia en masa, sino que cada uno huĆ­a como podĆ­a abandonando a sus mujeres e hijos…"

"...cuanto mĆ”s repulsivo es el hecho indiscutible de matar a sangre frĆ­a a todas las mujeres que parecĆ­an tener mĆ”s de veinte aƱos…"

" Esto da una idea del inmenso territorio donde vagan los indios. Sin embargo, a pesar de su gran extensiĆ³n, creo que en otros cincuenta aƱos no quedarĆ” un solo indio salvaje al norte del rĆ­o Negro", concluye Darwin.

En las instrucciones que Rosas le dio al coronel Pedro Ramos el 2 de octubre de 1833 con respecto al trato de los prisioneros indios le recomienda que "...quien luego que no haya nadie en el campo, lo puede ladear al monte y allƭ fusilarlos. Si despuƩs echasen de menos los indios a los otros prisioneros, puede decirles que habiƩndose querido escapar y teniendo orden la guardia de que si los pillaran por escaparse, lo fusilasen, habƭan cumplido dicha orden".

El 9 de septiembre de 1834 los boroanos, pampas y ranqueles fueron engaƱados y masacrados en MasallƩ por CalfucurƔ y sus indƭgenas provenientes de Chile, aliados de Rosas, muriendo los caciques Rondeau, Melƭn, Venancio, Callvuquirque y CoƱoepƔn, y muchos capitanes, adivinos y ancianos fueron degollados.

Los boroanos, con el cacique Railef al frente, volvieron en 1837 con refuerzos de Chile para vengarse y luego de diversas incursiones, llegando cerca de BahĆ­a Blanca, se volvieron con gran cantidad de ganado y cautivos y se establecieron en la margen del rĆ­o Agrio. CalfucurĆ”, por orden de Rosas, se moviĆ³ para cortar la retirada de los invasores y los atacĆ³ por sorpresa en QueutrecĆ³, derrotĆ”ndolos, matando a Railef y a 600 de sus guerreros y huyendo los sobrevivientes a Chile.

No hay evidencias de que se hayan producido actos de ferocidad semejantes, ni que haya habido instrucciones especĆ­ficas similares por parte de Roca a sus comandantes o subordinados, aunque no se pueda descartar actos repudiables como el un tanto confuso episodio que provocĆ³ la captura del cacique pehuenche PurrĆ”n en 1880. En cambio, puede descartarse por inverosĆ­mil la hipĆ³tesis de la existencia de un campo de concentraciĆ³n en Valcheta, con alambrado de pĆŗas de tres metros y la muerte por inaniciĆ³n de los indios cautivos, al parecer un invento surgido de la nada. Ni siquiera es probable que ya se usara en Argentina el alambre de pĆŗas, patentado en Illinois en 1874.

SĆ­ es cierto que los cautivos y sus familias fueron trasladados en forma compulsiva a diversos destinos, repartidos entre familias en Buenos Aires, o a los ingenios azucareros del norte. Fue una polĆ­tica deliberada, cuyos objetivos Roca explicĆ³ claramente en la carta a los gobernadores, que enviĆ³ el 23 de noviembre de 1878, donde seƱala que "lo mĆ”s conveniente es distribuir estos indios prisioneros, respetando la integridad de sus familias, centro hoy de las poblaciones rurales, donde sometidos al trabajo que regenera y a la vida y al ejemplo cotidiano de otras costumbres, que modificarĆ”n insensiblemente la propias, despojĆ”ndoles hasta del lenguaje nativo como instrumento inĆŗtil, se obtendrĆ” su transformaciĆ³n rĆ”pida y perpetua en elementos civilizados y fuerza productiva".

Esta polĆ­tica fue influenciada por el agregado militar en Washington, el oficial Malasin, enviado por Roca para estudiar las soluciones en aquel paĆ­s, pero limitadas sus opciones en el nuestro, por el carĆ”cter nĆ³made de las tribus aborĆ­genes. En un paĆ­s que hacinaba a los inmigrantes europeos, no es sorprendente que los indios recluidos inicialmente en MartĆ­n GarcĆ­a, vivieran en condiciones paupĆ©rrimas, hasta ser enviados a sus nuevos destinos o distribuidos un tanto caĆ³ticamente entre familias de Buenos Aires.

Tampoco se produjeron durante la expediciĆ³n militar acontecimientos que puedan catalogarse de pequeƱas o grandes batallas. La columna central dirigida por Roca, de acuerdo con las constancias de la expediciĆ³n, no tuvo prĆ”cticamente ninguna actividad militar, salvo la persecuciĆ³n de pequeƱos grupos nĆ³madas que en dos o tres oportunidades encontraron en el camino, lo cual explica que los opositores a Roca trataran despectivamente a la expediciĆ³n. Las cifras, evidentemente exageradas de las muertes y capturas de indĆ­genas en la memoria enviada al Congreso, fue probablemente consecuencia de aquella circunstancia.

"Tampoco me afilio al sentimiento de los crĆ­ticos que han disminuido post facto la importancia de la campaƱa del 79, menospreciando el nĆŗmero de los indios que hubo que dominar. Posiblemente ese nĆŗmero haya sido abultado por los partes oficiales en mĆ”s de una ocasiĆ³n y antes..." (PrĆ³logo de Roberto Giusti al libro de Zeballos "CalfucurĆ” y la dinastĆ­a de los piedra").

Uno de los autores crĆ­ticos sobre la expediciĆ³n, Carlos MartĆ­nez Sarasola, dice respecto de esta columna, la principal de Roca: "Un mes mĆ”s tarde Roca volviĆ³ a Buenos Aires. A cargo de las fuerzas quedĆ³ el coronel Conrado Villegas. La primera divisiĆ³n no habĆ­a disparado un solo tiro".

Una segunda etapa de esta operaciĆ³n militar se realizĆ³ a partir de la asunciĆ³n de Roca como presidente, al mando de Villegas, Winter y otros militares que formaron parte de la fuerza expedicionaria. Su misiĆ³n fue completar la ocupaciĆ³n en lo que es hoy la provincia del NeuquĆ©n hasta llegar al lago Nahuel Huapi. Los datos referidos a las operaciones son mĆ”s escasos y dudosos y los enfrentamientos suelen arrojan cifras de indĆ­genas muertos de un solo dĆ­gito o dos.

La acciĆ³n militar puede considerarse terminada con la rendiciĆ³n final del cacique Sayhueque en 1885. De todas maneras, cualquiera sea la veracidad de las cifras, los partes oficiales se refieren a los muertos como producto de acciones de guerra y no existen evidencias de que hayan sido asesinados despuĆ©s de su captura.

Los mapuches y la argentina

Los mapuches constituĆ­an en Chile virtualmente una naciĆ³n, con poblaciĆ³n estable, rucas o casas y tierras cultivadas, divididos en grupos dirigidos por caciques que se unĆ­an para defender su territorio o realizar operaciones de ataque a los espaƱoles o entre sĆ­.

En cambio, las pampas argentinas estaban habitadas por pequeƱos grupos indĆ­genas no mapuches. Se trataba de nĆ³mades, cazadores de guanacos, ƱandĆŗes y llamas. Los mapuches no tenĆ­an relaciĆ³n con la pampa y se circunscribĆ­an al lado chileno. Tampoco tenĆ­an relaciĆ³n con los habitantes de la cordillera, los pehuenches. Estos hablaban otro idioma y se relacionaban Ć©tnicamente con los tehuelches patagĆ³nicos.

Con la llegada de los espaƱoles, muchas familias mapuches, buscando lugares mƔs seguros para vivir se refugiaron en la cordillera, donde se relacionaron con los pehuenches. Estos fueron adoptando las costumbres y el idioma mapuche hasta ser "araucanizados" totalmente a fines del siglo XVI.

La enorme disponibilidad de ganado en las pampas bonaerenses, fue atrayendo a crecientes contingentes de mapuches, algunos de los cuales como los boroanos, se establecieron en las mƔrgenes del Salado pampeano junto a los mapuchizados ranqueles o en las cercanƭas de Sierra de la Ventana y todos incursionaban para hacer grandes arreos de caballos y vacunos que pertenecƭan a estancieros argentinos y llevarlos a Chile para venderlos.

En los acuerdos de Negrete, entre la capitanĆ­a de Chile y los mapuches, se incluĆ­a el compromiso de los caciques chilenos a cesar en sus incursiones sobre Buenos Aires.

En 1830 Rosas acuerda con CalfucurĆ”, de origen chileno, su ingreso al paĆ­s con la esperanza de que le sirviera para pacificar a los ranqueles y otras tribus rebeldes. La alianza de CalfucurĆ” con Rosas se mantuvo hasta Caseros, pero ya antes aquĆ©l se habĆ­a convertido en el mĆ”s poderoso cacique de las pampas, que trataba a las autoridades argentinas de potencia a potencia y que durante cuarenta aƱos dominĆ³ una gran parte del actual territorio nacional.

Los malones nunca dejaron de producirse, aunque extinguida la alianza entre CalfucurƔ y Rosas, fueron mƔs frecuentes despuƩs de Caseros. Para los argentinos eran acciones de robo y secuestros, para los mapuches eran excursiones de caza. Pero paulatinamente se transformaron en verdaderas acciones de guerra y rescatarlas del deliberado olvido es tambiƩn reconocer el valor y la tenacidad de los guerreros indƭgenas, que con lanzas y boleadoras enfrentaban a tropas armadas con fusiles y caƱones y a menudo las derrotaban.

En abril de 1855, Mitre quiere efectuar un golpe de mano sorpresivo sobre los indios en Sierra Chica, al sudeste de BahĆ­a Blanca. El resultado fue un fracaso y el dĆ­a 30 en las primeras horas de la noche Mitre emprende el regreso hacia Azul, marchando toda la columna a pie.

Fue tambiĆ©n en ese aƱo, en setiembre, que ocurriĆ³ la muerte en manos de los indios del comandante NicolĆ”s Otamendi. Destacado para reprimir una incursiĆ³n hecha en la estancia de San Antonio de Iraola, donde el cacique Yanquetruz habĆ­a robado de seis a ocho mil cabezas de ganado. Otamendi estaqueĆ³ a un indio emisario de dicho cacique, por lo que los indios lo atacaron enfurecidos, obligĆ”ndolo a defenderse con su tropa en un corral, donde fue muerto, sobreviviendo solamente dos de los ciento veintiocho hombres que componĆ­an el escuadrĆ³n.

En 1856, desde Azul, el coronel Hornos, decidido a escarmentar a CalfucurĆ”, sale con un ejĆ©rcito de 3.000 hombres y doce piezas de artillerĆ­a. AhĆ­ se iniciĆ³ el combate de San Jacinto, cargando la caballerĆ­a indĆ­gena desde varias direcciones. Los indĆ­genas, bien familiarizados con esos terrenos, pronto dieron cuenta del enemigo. RĆ”pidamente Hornos tuvo que abandonar el campo de combate, dejando 18 jefes y oficiales y 250 hombres de tropa muertos, ademĆ”s de 280 heridos y la mayor parte de sus pertrechos abandonados.

DespuĆ©s de realizar una primera incursiĆ³n en 1867, en abril de 1868 CalfucurĆ” al frente de 2.000 indios, en su mayor parte chilenos, asaltĆ³ el sur de CĆ³rdoba entrando por el lugar denominado Los Barriales, a doce leguas de La Carlota.

En noviembre de 1868 unos 300 indios y gauchos cristianos, despuƩs de invadir San Luis, sitiaron y asaltaron la Villa de la Paz.

El 5 de marzo de 1872, CalfucurĆ” invadiĆ³ el oeste de la provincia de Buenos Aires, al frente de unos 6.000 indios, acaudillando a todas las tribus enemigas del gobierno. Mientras con una parte de sus huestes vigilaba las tropas en Azul, el resto saqueĆ³ los establecimientos y poblaciones aledaƱas, apoderĆ”ndose de 200.000 cabezas de ganado, 500 cautivos y matando unos 600 pobladores.

Al frente de un contingente de 3.500 hombres, el coronel Rivas saliĆ³ a cortarle la retirada. El encuentro se produce en las cercanĆ­as de BolĆ­var, en la llamada batalla de San Carlos. Considerada la mĆ”s importante en la secular lucha contra los aborĆ­genes, por los efectivos que intervinieron, por el ardor con que se luchĆ³, y mĆ”s que nada, porque significĆ³ el ocaso de CalfucurĆ”, quiĆ©n sin ser derrotado, se retirĆ³ del campo de batalla. San Carlos fue decisiva y cambiĆ³ el curso de la historia, aunque estuvo cerca de serlo en sentido inverso.

Pero todavĆ­a los mapuches no estaban vencidos. En 1875 se produce la "invasiĆ³n grande" que comenzĆ³ con la sublevaciĆ³n de la tribu de Catriel. En su auxilio vinieron simultĆ”neamente NamuncurĆ”, los ranqueles de Baigorrita, los de PincĆ©n y unos 2.000 indios chilenos sumando unos 3.500 combatientes. Los indĆ­genas penetraron sorpresivamente en un amplio frente, arrasando las poblaciones de Tandil, Azul, TapalquĆ©, Tres Arroyos y Alvear. SegĆŗn fuente oficial, tan sĆ³lo en Azul 400 vecinos fueron asesinados. Durante tres meses se libraron cinco batallas principales, la mĆ”s importante la de ParagĆ¼il y varias menores, hasta que los indĆ­genas se retiran a sus lugares en el desierto.

Estos olvidados episodios que muestran la magnitud del conflicto y en cierto modo lo inevitable del desenlace, son el preludio de la segunda expediciĆ³n, ciertamente con las fuerzas mapuches debilitadas y resignadas por los Ćŗltimos fracasos, pero fundamentalmente derrotados por dos innovaciones tecnolĆ³gicas decisivas: el Remington de repeticiĆ³n y el telĆ©grafo.

Roca es mĆ”s recordado y ahora denostado por la conquista del desierto que por sus dos presidencias y su largo perĆ­odo de presencia dominante en la polĆ­tica argentina. Sin embargo, fue un gran presidente. Tal vez exageran sus exĆ©getas mĆ”s entusiastas cuando sostienen que Roca "hizo" el paĆ­s, pero no hay dudas de que cumpliĆ³ una gestiĆ³n asombrosa.

Hasta la expediciĆ³n de Roca, Argentina era un pequeƱo paĆ­s con ciudades dispersas en el interior, cuya parte mĆ”s importante ocupaba unos 30.000 km2 alrededor de Buenos Aires.

En CĆ³rdoba, la ciudad homĆ³nima estaba protegida al sur por los fortines de RĆ­o Cuarto y La Carlota.

En Mendoza, si exceptuamos la capital defendida por los fuertes de San Carlos, TunuyĆ”n y Tupungato y al sur por el de San Rafael, el resto era tierra de nadie, ocupada por los huarpes, a veces por los Pincheira y en 1832 por el ejĆ©rcito chileno al mando del coronel Bulnes, quien penetrĆ³ en esa provincia desde el norte de NeuquĆ©n para perseguir a aquellos legendarios bandidos, cuya tropa habĆ­a sido exterminada sin piedad en las lagunas de EpulafquĆ©n. Como los Pincheira eran realistas, este episodio es considerado el Ćŗltimo combate contra la dominaciĆ³n espaƱola en la AmĆ©rica meridional.

Los malones en el sur santafesino llegaban hasta Rosario y en mƔs de una oportunidad a Santa Fe y, por el norte, la provincia estaba asediada por los tobas y abipones. El mismo esquema, con diferentes actores, se repetƭa en las restantes provincias del norte.

Como resultado de la campaƱa de Roca y luego de su gestiĆ³n presidencial, se incorporaron al territorio nacional alrededor de dos tercios de la actual superficie del paĆ­s. Incluye la mayor parte de la provincia de Buenos Aires, La Pampa, toda la Patagonia y las zonas de CĆ³rdoba, Santa Fe y Mendoza fuera de sus capitales. Luego, ya en la presidencia se completarĆ” el mismo proceso en el norte. Los nuevos territorios los uniĆ³ al resto del paĆ­s con los ferrocarriles. Hizo la paz con Chile y estableciĆ³ un sistema civilizado para dirimir los conflictos con aquel paĆ­s. ModernizĆ³ el ejĆ©rcito, estableciĆ³ la moneda, dictĆ³ la ley de educaciĆ³n laica y gratuita, el matrimonio y el registro civil, y consagrĆ³ la autonomĆ­a de las universidades.

Los resultados, insinuados en las presidencias anteriores, fueron espectaculares. Durante el Ćŗltimo tercio del siglo XIX, Argentina era el paĆ­s americano que recibĆ­a mĆ”s inmigrantes despuĆ©s de USA.

En 1888, La NaciĆ³n recoge de un diario de ParĆ­s las cifras del activo y el pasivo de los bancos sudamericanos, que reflejan aproximadamente lo que ahora se define como el PBI. Argentina sola, supera el total del resto de los bancos de la regiĆ³n. Triplica a Brasil, decuplica a Chile y supera mĆ”s de cien veces el movimiento financiero de Colombia.

Aunque no pueda descartarse que haya mapuches que conserven su resentimiento contra Roca, como algunos trasnochados espaƱoles puedan tenerlo con San MartĆ­n, serĆ­a ingenuo no advertir que tras la agitaciĆ³n antiroquista y la interesada omisiĆ³n por la conducta de Rosas, pocas veces se puede mostrar en forma tan descarnada el predominio de la ideologĆ­a sobre la verdad. Un liberal y para colmo exitoso, es una tentaciĆ³n irresistible para quienes, desde el populismo, intentan reescribir la historia del paĆ­s.

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