El viernes 25 de mayo el kirchnerismo festejó un nuevo cumpleaños. Sus
nueve años pueden resultar un tiempo corto, por demás fugaz para la
historia de un país con dos centenarios a cuesta. Desde otras miradas,
ese tiempo puede ser demasiado para una Argentina de más de medio siglo
de democracia entrecortada y de extraordinarias limitaciones.
Vanesa Vivero (de verde), Dirigente K de NQN en Bariloche |
Foto: Juan Franco
La historia oficial del kirchnerismo habla de un solo proyecto. Cuentan
los primeros cincuenta meses de Néstor Kirchner. Le sigue el traspaso
de mando en 2007 y la continuidad en 2011 de Cristina Fernández. Si la
idea era un juego de postas entre Cristina y Néstor para el año pasado o
en los años por venir -2015, 2019, 2023-, hubo un quiebre con la muerte
del primer Kirchner. De alli que el kirchnerismo en marcha ya cuenta
con una vida limitada: transitará sólo una década y podrá festejar doce
años con los meses que Eduardo Duhalde agregó aquel 25 de mayo de 2003
cuando decidió adelantar la entrega del bastón presidencial.
Lo que sigue después de diciembre de 2015, si continúa bajo la misma
membresía, estará en manos de otros que competirán por ser los herederos
puros o conversos. También los que dirán ser su superación. Hay uno que
ya se anotó: el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli.
Otros esperan la señal para lanzarse al ruedo. El historiador y
biógrafo político siempre está tentado a “periodizar” un “bloque
temporal”, seccionando ese tiempo político y social que supone a
primera vista cierta homogeneidad. Para llevar a cabo ese cometido,
inicialmente debe cuestionarse la existencia de ese tiempo único,
compacto, indivisible. Es allí que debe atenderse a la versión de los
actores del momento.
El relato oficial habla siempre de continuidad, de un solo proyecto
inaugurado aquel 25 de mayo de 2003. Fernández lo volvió a decir este
viernes en Bariloche. El peronismo duhaldista dice otra cosa. Los
aliados de Nuevo Encuentro tienen su propia versión. Los primeros
convertidos en peronismo Federal hablan de un ciclo de año y medio hasta
que Kirchner decidió romper la alianza y competir en su plaza más
fuerte. La madre de aquella ruptura fue una batalla electoral entre las
esposas de Duhalde y Kirchner en 2005 por la senaturia de Buenos Aires.
Desde otro lado, los hombres de Martín Sabattella prefieren destacar el
arrojo de Cristina tomando decisiones trascendentes después del fracaso
electoral de mediados de 2009. Todo lo que se hizo desde la estatización
de las AFJP hasta YPF forma parte de ese inventario más progresista,
más “nacional y popular”. En el medio se encuentran muchos otros actores
que toman parte de sus diversos momentos de cercanía al poder como
etapas de logros por su sola presencia y, las circunstancias de su
distanciamiento, como desvio o traición. Es así que Hugo Moyano ya tiene
su versión de los hechos, resaltando que en el tiempo de vida de
Kirchner su interlocución era válida, que las cosas eran muy diferentes
porque el movimiento obrero en su persona era parte del “proyecto”. Otro
peronista de tiempos lejanos, Pino Solanas, también tiene su lectura de
los Kirchner, especialmente cuando el primer Néstor lo sedujo. Hace
tiempo habla del kirchnerismo como farsa. El ex jefe de gabinete Alberto
Fernández, en su paso de lobbysta sin partido que se permitió lanzar en
esa semana su propio sello habla de dos kirchnerismos: el dialoguista y
el autoritario. Para el primero cuenta la fórmula heredada de Duhalde
con Scioli, lo mismo que la Concertación Plural con Cobos.
Ciertamente, cada cual que tuvo algo de protagonismo durante estos
nueve años podrá elaborar su propio tiempo y contenido acerca de lo que
es y ha sido el kirchnerismo gobernante. En definitiva ,estarán quienes
insisten que el mismo proyecto K es una “cuestión” en sí misma, que
constituye un problema en un doble sentido: el de un límite para una
gestión destacando el lugar más avanzado que se alcanzó; pero también
límite porque no se fue más allá de él.
El cientista social tendrá que tomar estas lecturas como insumos y no
perderse los enunciados de relatos interesados y de personalismos
rampantes. La comparación sigue siendo la mejor arma del estudioso.
Por eso no puede pasar por alto que el país de estos nueve años es muy
distinto al de una o dos década atrás. Si se toman indicadores
socioeconómicos y se los proyecta en una pizarra, no cabe duda que la
Argentina de hoy cuenta con lineas y curvas siempre ascendentes que
miden mejores ingresos y más empleo igual que más y mejor consumo. Aun
cuando los últimos meses se observa cierto amesetamiento de algunas de
estas variables el panorama sigue siendo el mismo, de crecimiento
sostenido. La crisis mundial en curso demostrará cuan blindada está la
Argentina de este tiempo. Durante estos nueve años el país bajo el signo
del kirchnerismo ha sabido campear no solo su propia crisis también las
derivaciones del terremoto financiero mundial del 2008.
Además de economía el kirchnerismo es política. Es hacer, decisión,
centro, mando. En principio porque hizo de la política lo que es y
repudio lo que se idealiza de ella cuando no se esta satisfecho por sus
resultados. La naturaleza conflictiva de esta estuvo más presente que
nunca, especialmente en la concepción del poder. Aquí el kirchnerismo se
presenta como peronismo, o en todo caso como “conducción”. Y por si
fuera poco la lectura del “Manual de Conducción política” que elaborara
el mismo Juan Domingo Perón fue recargado con algo de la lógica
vanguardista del setentismo. La “sabiduría” kirchnerista ha sido también
una lectura acerca del poder político: este no puede vivir en el vacío
bajo fórmulas abstractas de esas que insisten, en deliberación,
consensos y equilibrios. En otros términos los nueve años pasados fueron
de un kirchnerismo genérico que ha sabido entender que la sociedad
valora el poder. Por ello el poder se expone. La sociedad lo valora si
esta en sus vidas con acciones. Nueve años de poder K es parte de una
historia que sigue su curso.