La tierra de los gurises envenenados - Piedra OnLine

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miƩrcoles, 30 de abril de 2014

La tierra de los gurises envenenados

Por Silvana Melo (APe).- Cuando se murieron los perros y JosĆ© habĆ­a perdido la alegrĆ­a de siempre, corrieron malos presagios en la chacrita humilde de los Rivero. A quince metros, llovĆ­a periĆ³dicamente una nube de fuertes olores sobre los tomatales. La deriva cubrĆ­a la casa, la ropa tendida, el cuero de los animales, la piel y el cabello, la tierra que a JosĆ© le gustaba llevarse a la boca mientras jugaba, libre, en un campo traicionero. TenĆ­a cuatro aƱos. Se muriĆ³ envenenado. HabĆ­a fosforados en su cuerpo. Hace dĆ­as, horas, la Justicia absolviĆ³ por “falta de mĆ©ritos” al dueƱo del campo.
Alguien asesinĆ³ a JosĆ© Rivero pero nadie irĆ” a la cĆ”rcel. Bovril tiene 14.000 habitantes y estĆ” muy cerca de
ParanĆ”.

Desde que cambiĆ³ su perfil productivo, la gente comenzĆ³ a enfermarse distinto. La ampliaciĆ³n de la frontera agrĆ­cola, empujada violentamente por la soja y las alteraciones genĆ©ticas, disparĆ³ las muertes por cĆ”ncer en los Ćŗltimos quince aƱos. AtrĆ”s quedaron, muy lejos, los infartos y ACVs. En esos mismos quince aƱos –entre 1995 y 2010- aumentaron exponencialmente las pĆ©rdidas espontĆ”neas de embarazos y las malformaciones. Todas las barras de los grĆ”ficos tocan las nubes entre 2005 y 2009. Bovril es la Capital Provincial del GurĆ­ Entrerriano. En su territorio confluyen los gurises una vez por aƱo y son celebrados. DespuĆ©s, se los fumiga en chacras y escuelas rurales. “Bovril no tenĆ­a casos de hipertiroidismo, cĆ”nceres o pĆ©rdidas de embarazo hace mĆ”s de una dĆ©cada. Algo similar pasĆ³ en el estudio que hicimos en Totoras (Santa Fe), otrora capital nacional de la leche, que hoy a su alrededor, ya no tiene tambos. Hizo el mismo cambio de perfil epidemiolĆ³gico que la ciudad entrerriana”, dijo el Dr. DamiĆ”n VerzeƱassi, responsable acadĆ©mico de los campamentos sanitarios de la Facultad de Ciencias MĆ©dicas de la Universidad Nacional de Rosario.



 La soja en proceso de transgĆ©nesis ocupa el 60% del Ć”rea sembrada del paĆ­s. Son 20 millones de los 35 millones de hectĆ”reas cultivadas. Se desforesta una hectĆ”rea cada dos minutos para ampliar la frontera agrĆ­cola. (*) 400 millones de litros de agrotĆ³xicos se utilizan en cada campaƱa, alrededor de unos 15 millones de personas. Las malezas caen fulminadas. Y los pĆ”jaros y los peces. Muchas veces tambiĆ©n la gente, como JosĆ© Rivero y NicolĆ”s ArĆ©valo (cuatro aƱos) en Lavalle, Corrientes; como los tres primitos Portillo en El Tala, Entre RĆ­os; como Ezequiel, en el establecimiento Nuestra Huella, en Pilar. Todas yerbamalas que ensucian el negocio.

 DarĆ­o Gianfelici es mĆ©dico en un pueblito de campaƱa en Entre RĆ­os. “A fines de los ´90 empecĆ© a notar cambios en el perfil de las enfermedades de los pacientes. Y comencĆ© a investigar para ver quĆ© habĆ­a cambiado”, relatĆ³ a APe.
En 1996 irrumpiĆ³ la soja transgĆ©nica en la Argentina. Felipe SolĆ” firmĆ³ la autorizaciĆ³n a travĆ©s de un expediente administrativo de 136 folios. 108 son informes presentados por Monsanto en inglĆ©s (Safety, Copositional and Nutricional Aspects of Glyphosayte-tolerant Soybeans). (**) El apremio fue tal que nadie los tradujo. Probablemente ni los leyĆ³. En 81 dĆ­as se ponĆ­a en marcha la carrera infernal de la transgĆ©nesis, la ampliaciĆ³n de la frontera agraria a costa de pequeƱos pueblos, de animales, de gentes y de bosques que acolchonan las tormentas y respiran para todos. “Cuando averigĆ¼Ć© quĆ© productos se usaban supe que a ellos se debĆ­an los cambios”, dijo Gianfelici. “Al principio yo era el loco de los agroquĆ­micos; sufrĆ­ la descalificaciĆ³n y la persecuciĆ³n por parte de las autoridades, en especial las de la salud”. MĆ”s tarde, el estudio de AndrĆ©s Carrasco y los subsiguientes terminaron calificando su prĆ©dica desĆ©rtica. En 2009 una investigaciĆ³n del Laboratorio de EmbriologĆ­a Molecular del Conicet-UBA confirmĆ³ la extrema toxicidad del glifosato y sus efectos devastadores en los embriones. “En Entre RĆ­os no se dejĆ³ de producir pero hay algĆŗn cuidado mĆ”s. La gente estĆ” bastante movilizada”, observa el mĆ©dico. De hecho, los docentes de AGMER profundizan una campaƱa contra la fumigaciĆ³n en las escuelas rurales a travĆ©s de talleres para crear conciencia del cuidado del medio ambiente y de autoprotecciĆ³n. “En estas zonas la preocupaciĆ³n y las inquietudes surgieron de docentes maestros y profesores que veĆ­an y sentĆ­an en los propios patios de las escuelas el olor molesto y nauseabundo del veneno con que fumigaban los campos”, relata Alejandra Gervasoni a APe. Y a la vez “veĆ­an con gran preocupaciĆ³n la contaminaciĆ³n del agua y el avance de enfermedades como el cĆ”ncer”.

Bovril es el caso testigo. “Hay una ley de agroquĆ­micos nueva que estĆ” constantemente entrando en comisiĆ³n”, dice Gianfelici. “Pero todos se han olvidado de las escuelas rurales. La Ćŗltima modificaciĆ³n determinaba 50 metros de distancia entre la fumigaciĆ³n y la escuela. El organismo de control, en lugar de ser Medio Ambiente, es el Ministerio de ProducciĆ³n… el lobo cuidando los corderos”. La mudanza en el perfil sanitario de sus pacientes fue tan viva en aquellos primeros aƱos que la luz de alerta se le encendiĆ³ a Gianfelici y con ella todas las presiones del poder. “NotĆ© problemas en los nacimientos, cĆ”ncer en personas de menos de 40 aƱos, esterilidad, labio leporino, malformaciones”. Y no sĆ³lo: “en los primeros aƱos, cuando los productores llevaban soja a los comedores escolares, la cantidad de hormonas que tenĆ­a la soja hacĆ­a que los nenes tuvieran desarrollo mamario y las nenas comenzaran a menstruar aceleradamente”. Era el famoso plan “soja solidaria”, a travĆ©s del que los pobres creados por la perversidad sistĆ©mica debĆ­an alimentarse con una experimentaciĆ³n transgĆ©nica de resultados inciertos. En el mismo sentido de Gianfelici camina el mĆ©dico Juan Carlos Demaio en Misiones. En 2010, 5 de cada mil niƱos nacĆ­an afectados de Meliomeningocele, una grave malformaciĆ³n del sistema nervioso central. Los casos se disparan en zonas de tabacaleras y papeleras donde la tierra se va muriendo, el aire se envenena y el agua se vuelve correntosa de agrotĆ³xicos. Demaio se para enfrente de los intereses econĆ³micos y prefiere horrorizarse por el 13 % de misioneros con alguna discapacidad, el doble de la media nacional.

En setiembre de 2011, al sur de GualeguaychĆŗ, un hombre cansado de las fumigaciones y enfermo de cĆ”ncer disparĆ³ contra un aviĆ³n mosquito. SentĆ­a que lo estaba estragando diariamente la lluvia tĆ³xica a metros de su chacra. La policĆ­a allanĆ³ su casa y se llevĆ³ unas escopetas. En el barrio ItuzaingĆ³ Anexo, en los arrabales de CĆ³rdoba, los vecinos morĆ­an de cĆ”ncer. Los ojos y la garganta picaban fuerte a determinadas horas. Los plantĆ­os abrazaban el barrio: la soja crecĆ­a en la vereda de enfrente. Aviones en descontrol fumigaban sobre techos y cabezas, huertas y ropa, chorreaban veneno sobre los tanques de agua y sobre la tierra que pisaban los niƱos descalzos. El dĆ­a en que las madres comenzaron a poner el grito en el cielo, el cielo temblĆ³. Analizaron la sangre de 30 chicos. 23 tenĆ­an pesticidas. Diez aƱos pasaron hasta que la justicia condenĆ³ a un productor y a un aeroaplicador. Apenas a tres aƱos, como para transformarse en fallo histĆ³rico pero sin cambios estructurales. Nadie paga por los centenares de muertes por cĆ”nceres y leucemias; por los niƱos nacidos sin dedos, con trastornos cognitivos, con riƱones que no filtran; por JosĆ© Rivero y NicolĆ”s ArĆ©valo; por los que tienen los pulmones como una piedra pĆ³mez y la garganta cerrada. Por los pĆ”jaros envenenados y la tierra que agoniza, agotada por el monocultivo, rasurada de montes, arrasada por la sequĆ­a y la inundaciĆ³n. Por los paisajes que cambian para siempre. Por los gurises entrerrianos que se celebran y se fumigan en Bovril. Nadie paga por los informes de Monsanto en inglĆ©s que nadie tradujo, que nadie leyĆ³ y que convirtiĆ³ a la tierra agraria en un extenso laboratorio de experimentaciĆ³n genĆ©tica.