"La escuela tiene que enseñar lo mismo en todos lados" - Piedra OnLine

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domingo, 18 de mayo de 2014

"La escuela tiene que enseñar lo mismo en todos lados"

Margarita Ávila - Docente y directora de la Escuela Nº68 de Colipilli entre los años 1983 y 1989.
Cuando llegó, solo un chico había terminado la primaria. La escuela tuvo unos 100 alumnos. Prepara un libro con testimonios de sus habitantes, la mayoría descendientes directos de mapuches. 
PABLO MONTANARO
montanarop@lmneuquen.com.ar
“Maestra, usted tiene la lengua dura porque algunos sonidos nos resultan muy difíciles para los que hablamos en castellano”, fue uno de los primeros comentarios que le llegó de los alumnos a Margarita Ávila, cuando a comienzos de los años '80 comenzó a dar clases en la Escuela Nº 68 de Colipilli, un paraje ubicado en el norte de la provincia a unos 60 kilómetros al sur de Chos Malal y a 400 kilómetros de Neuquén capital.
Magaly, como más se la conoce, llegó en 1983 desde Neuquén junto con su marido, también docente, y sus dos hijos de 5 meses y 5 años a ese pueblo de la comunidad mapuche, donde permaneció más de seis años, aunque siempre regresa de visita y recibe el afecto de hombres y mujeres que fueron sus alumnos.

Con orgullo, recuerda que cuando llegaron solo un chico había terminado la primaria. "Abandonaban porque habían empezado la escuela ya de grandes, y la idea que había en la comunidad era que no tenía sentido mandarlos a la escuela”, explica.
No le costó mucho adaptarse porque el campo era algo conocido para ella, que provenía de una familia campesina de Río Negro. Sin embargo, nunca había vivido en una comunidad mapuche.
“No había luz, tampoco agua y gas. Salíamos al campo a buscar leña. La gente era pura voluntad y esfuerzo. Había una cooperativa en la que la gente entregaba sus productos y comercializaban todo en una barraca que quedaba en Zapala. Todo se hacía a través del trueque”, recuerda.
Al comienzo de la charla, pidió que no se la trate como una “sacrificada” maestra rural. Nada de eso. De inmediato cuenta lo que costaba que los chicos comenzaran de pequeños la escuela: “Los de la primaria empezaban a los 9, 10 años, así que teníamos alumnos de 17 y 18 años. Iban a la revisación del servicio militar cuando era obligatorio y después volvían a la escuela. Así que la escuela era un lugar no conocido para los chicos. Esos chicos también iban a la veranada, al Cajón de los Barros, que quedaba a unos 100 kilómetros de Colipilli. Les gustaba ir a la veranada porque veían pajaritos de colores, juntaban los piñones para el invierno, los enterraban y se mantenían frescos para que les durara todo el año. Una vez que empezamos a tener confianza con ellos, también los acompañamos a la veranada para conocer qué hacían, dónde estaban".
Magaly sostiene que “la escuela es una sola en todos lados", pero el contexto que la rodea es diferente: "Es distinta una escuela de la ciudad que una de la zona rural, o una del Oeste, o de una comunidad mapuche. Pero la escuela tiene que enseñar lo mismo en todos lados, esa era nuestra idea, nuestra consigna".
En un momento, la institución albergó a unos 100 alumnos, y con ello surgió la necesidad de que además de darles clases había que organizar talleres para que aprendieran un oficio. “Dimos talleres de tejido y diversas tareas que nos pedían. También vino un profesor que les enseñaba guitarra, hicimos una pequeña huerta y los fines de semana proyectábamos películas Las preferidas eran las de Chaplin”, relata.
Confiesa que su experiencia en Colipilli provocó un cambio fundamental en su vida. "Uno empieza a ver la vida de una manera diferente, más arraigado a la tierra, con una energía y una tranquilidad movilizante". Sentimiento que se comprueba con solo escucharla cuando rememora esos años.