Al afirmarse a favor de habilitar "el consumo de todo", el funcionario dio a entender que a su juicio la adicciĆ³n deberĆa ser tratada como un problema exclusivamente mĆ©dico, lo que, en opiniĆ³n de los que estĆ”n a favor de la descriminalizaciĆ³n del uso personal de drogas peligrosas, privarĆa a los narcotraficantes de lo que, para ellos, es un negocio fabulosamente lucrativo. En vista de los estragos enormes que han provocado tales delincuentes y la gravedad de la amenaza que plantean a paĆses tan corruptos como el nuestro, es innegablemente atractiva la idea de que haya a mano una soluciĆ³n tan sencilla como la reivindicada por Molina, con el aval del gobierno de la presidenta Cristina FernĆ”ndez de Kirchner que estĆ” impulsando un proyecto de ley destinado a instrumentarla pero, como muchos han seƱalado, la permisividad extrema tambiĆ©n entraƱarĆa riesgos. Al fin y al cabo, la lucha contra la drogadicciĆ³n y quienes la explotan en beneficio propio, con consecuencias terribles para sociedades enteras, se basa en mucho mĆ”s que prejuicios supuestamente anticuados o en las presiones del gobierno estadounidense. Puede que algunas drogas sean tan inocuas como dicen sus partidarios, pero otras no lo son en absoluto. Algunas, luego de incidir de manera muy negativa en la salud fĆsica y mental de los consumidores o, si se prefiere, pacientes, terminan matĆ”ndolos.
Aunque es claramente necesario que haya un debate exhaustivo en torno a un tema tan importante como el planteado por los resultados nada alentadores de la lucha contra el narcotrĆ”fico que estĆ” librĆ”ndose en todos los paĆses y que en MĆ©xico ha dado lugar a una virtual guerra civil con mĆ”s de cien mil muertos, tambiĆ©n lo es tratarlo con sumo cuidado, ya que proponer legitimar "el consumo de todo", como acaba de hacer Molina, puede tomarse por una forma de estimular la drogadicciĆ³n. Por cierto, de difundirse la impresiĆ³n de que, para el gobierno nacional, consumir drogas es en el fondo una decisiĆ³n personal y por lo tanto un derecho, de suerte que no hay motivos para perseguir a los adictos, muchos que hasta ahora se han resistido a hacerlo por miedo no sĆ³lo a los efectos mĆ©dicos sino tambiĆ©n a las previstas repercusiones legales, podrĆan caer en la tentaciĆ³n de comprar estupefacientes cada vez mĆ”s fuertes, lo que serĆa desastroso en cualquier sociedad, sobre todo en una con servicios de contenciĆ³n y tratamiento precarios.
Legalizar el consumo "de todo" sin banalizar la drogadicciĆ³n parece imposible. Si no hay lĆmites formales, serĆa difĆcil impedir que surgieran empresas dedicadas a la producciĆ³n y venta, la publicidad mediante, tanto de marihuana como de cocaĆna, heroĆna, paco y otras sustancias. Suponer que advertirles a los consumidores en potencia de los peligros personales que correrĆan serĆa suficiente como para disuadirlos, serĆa cuando menos ingenuo. TambiĆ©n lo serĆa apostar a que vender drogas que podrĆan resultar letales en farmacias o centros mĆ©dicos las desprestigiarĆan a ojos de los interesados en adquirirlas. Asimismo, de convertirse la Argentina en uno de los escasos paĆses en que el consumo de hasta las sustancias mĆ”s destructivas sea oficialmente tolerado, no tardarĆa en erigirse en un centro mundial de una industria contra la que otros estĆ”n combatiendo con todos los medios a su disposiciĆ³n. En algunos paĆses asiĆ”ticos, la posesiĆ³n de una cantidad pequeƱa de droga para uso personal es castigada con la pena capital, mientras que desde hace dĆ©cadas las autoridades de Estados Unidos hacen de la guerra contra el narcotrĆ”fico uno de los ejes de su polĆtica exterior. Tienen razĆ³n los que dicen que, si no fuera por la demanda al parecer insaciable de los norteamericanos por drogas adictivas, los problemas planteados por los cĆ”rteles de AmĆ©rica Latina y de distintas partes de Asia serĆan menos angustiantes, pero, mal que nos pese, se trata de una realidad que el gobierno kirchnerista, que ya afronta una multitud de dificultades que no le serĆ” dado superar, tendrĆ” que tomar en cuenta.
Aunque es claramente necesario que haya un debate exhaustivo en torno a un tema tan importante como el planteado por los resultados nada alentadores de la lucha contra el narcotrĆ”fico que estĆ” librĆ”ndose en todos los paĆses y que en MĆ©xico ha dado lugar a una virtual guerra civil con mĆ”s de cien mil muertos, tambiĆ©n lo es tratarlo con sumo cuidado, ya que proponer legitimar "el consumo de todo", como acaba de hacer Molina, puede tomarse por una forma de estimular la drogadicciĆ³n. Por cierto, de difundirse la impresiĆ³n de que, para el gobierno nacional, consumir drogas es en el fondo una decisiĆ³n personal y por lo tanto un derecho, de suerte que no hay motivos para perseguir a los adictos, muchos que hasta ahora se han resistido a hacerlo por miedo no sĆ³lo a los efectos mĆ©dicos sino tambiĆ©n a las previstas repercusiones legales, podrĆan caer en la tentaciĆ³n de comprar estupefacientes cada vez mĆ”s fuertes, lo que serĆa desastroso en cualquier sociedad, sobre todo en una con servicios de contenciĆ³n y tratamiento precarios.
Legalizar el consumo "de todo" sin banalizar la drogadicciĆ³n parece imposible. Si no hay lĆmites formales, serĆa difĆcil impedir que surgieran empresas dedicadas a la producciĆ³n y venta, la publicidad mediante, tanto de marihuana como de cocaĆna, heroĆna, paco y otras sustancias. Suponer que advertirles a los consumidores en potencia de los peligros personales que correrĆan serĆa suficiente como para disuadirlos, serĆa cuando menos ingenuo. TambiĆ©n lo serĆa apostar a que vender drogas que podrĆan resultar letales en farmacias o centros mĆ©dicos las desprestigiarĆan a ojos de los interesados en adquirirlas. Asimismo, de convertirse la Argentina en uno de los escasos paĆses en que el consumo de hasta las sustancias mĆ”s destructivas sea oficialmente tolerado, no tardarĆa en erigirse en un centro mundial de una industria contra la que otros estĆ”n combatiendo con todos los medios a su disposiciĆ³n. En algunos paĆses asiĆ”ticos, la posesiĆ³n de una cantidad pequeƱa de droga para uso personal es castigada con la pena capital, mientras que desde hace dĆ©cadas las autoridades de Estados Unidos hacen de la guerra contra el narcotrĆ”fico uno de los ejes de su polĆtica exterior. Tienen razĆ³n los que dicen que, si no fuera por la demanda al parecer insaciable de los norteamericanos por drogas adictivas, los problemas planteados por los cĆ”rteles de AmĆ©rica Latina y de distintas partes de Asia serĆan menos angustiantes, pero, mal que nos pese, se trata de una realidad que el gobierno kirchnerista, que ya afronta una multitud de dificultades que no le serĆ” dado superar, tendrĆ” que tomar en cuenta.