Apenas un territorio, una considerable cantidad de gente y ciertas pautas de producciĆ³n y convivencia no alcanzan para definir las dimensiones completas de un paĆs. O de una regiĆ³n, que para el caso da lo mismo. Sin relato, es decir, fuera de una tradiciĆ³n oral establecida, consensuada, desparramada boca a boca con el paso de las dĆ©cadas y que anude, generaciĆ³n tras generaciĆ³n, lo que pasĆ³ ayer con lo que sucede hoy y permita ir divisando lo que viene, habrĆ” quedado la esencia perdida en el camino. El ser resultarĆ” un no ser devenido mĆ”s de quiebres abruptos que de creativas continuidades.
La Patagonia, por ejemplo, es una enorme y maravillosa dimensiĆ³n de rincones desenhebrados, historias perdidas y hĆ©roes anĆ³nimos. Ni los naturales, ni Magallanes, ni Darwin, ni la arrasadora conquista del desierto, ni el Perito Moreno, ni los migrantes de afuera o adentro, ni los militares ni los civiles lograron por sĆ solos sintetizarla en una narraciĆ³n unificada.
SerĆ” que la suma crĆ³nica de muchĆsimo terreno y poca gente fertiliza el secreto. El runrĆŗn fragmentado. A los mitos patagĆ³nicos, que los hay a montones, les anda faltando una mitologĆa que los organice y proyecte. Seguro que sĆ. Tal vez, en plena era de las hipercomunicaciones, semejante tarea le quepa a la industria turĆstica. Por quĆ© no.
Se me antojan estos devaneos mientras cruzamos el lago Nahuel Huapi a bordo de una reliquia de la navegaciĆ³n local pero de origen holandĆ©s, el “Modesta Victoria”. Su capitĆ”n, Enrique PĆ©rez, presta sin drama el timĆ³n de madera. Salimos con buen tiempo de Puerto PaƱuelo, en Bariloche, ahĆ abajo nomĆ”s del monumental Llao Llao. Ponemos proa rumbo al Norte. Destino: el hotel mĆ”s antiguo de la regiĆ³n, el Correntoso, en Villa La Angostura. Vamos de RĆo Negro a NeuquĆ©n intentando reconstruir el espĆritu de aventura y futuro de los pioneros.
Uno puede dejar los ojos anclados en el paisaje, desde luego. Pero transitar esos crujientes pisos de teca, la reina de las maderas que mejora con el tiempo; tomarse de las barandas de bronce lustrado a la luz cĆ”lida interior de las tulipas de alabastro, llegar a la cabina de mando o a cubierta, hacen del mientras tanto, del viaje y del vehĆculo, una experiencia Ćŗnica en ese contorno que debe estar entre los mĆ”s bellos del planeta.
El azul profundo del agua, el eterno verde de los cipreses y radales sobre los cerros, las nieves eternas por allĆ” atrĆ”s, el amarillo invasivo de las retamas le ponen un despampanante marco de aquĆ y ahora al ensueƱo de aquellos inmigrantes y aristĆ³cratas que creyeron descubrir una nueva Europa en el sur de AmĆ©rica. Esquivando guerras. Trazando vĆas de acceso. Atendiendo al colono. Edificando pretensiones.
Dos joyas. El Llao Llao y el “Modesta Victoria” fueron frutos de una misma movida institucional, iniciada en 1934 con el arribo del ferrocarril a Bariloche y la creaciĆ³n del Parque Nacional Nahuel Huapi. Como primeras medidas, se le encargĆ³ al arquitecto Alejandro Bustillo la construcciĆ³n de un hotel y a los astilleros Verchure, de Amsterdam, el diseƱo de un barco. El 9 de enero de 1938 se inaugurĆ³ el Llao Llao, administrado en un principio por el distinguido Plaza Hotel de Buenos Aires. La embarcaciĆ³n llegĆ³ desarmada al puerto porteƱo, se trasladaron las piezas por tren y, tras el meticuloso ensamble, fue botada en el lago el 10 de noviembre del mismo aƱo.
Sobreviviente de un incendio total en octubre del ’39 (reabriĆ³ en diciembre del ’40) y de un cierre durante 15 aƱos por desinversiĆ³n (1978 a1993), el actual “Llao Llao Hotel & Resort, spa, golf” conserva la sobria majestuosidad original, aunque puesta a tono con las Ćŗltimas tendencias de la actividad hotelera Premium a nivel internacional. Ni hace falta que a uno le informen que estĆ” catalogado entre los 100 mejores hoteles del mundo. Solo por su enclave entre los lagos Moreno y Nahuel Huapi, con una visual privilegiada del Cerro LĆ³pez, ya merecerĆa esa distinciĆ³n. Cuidado: el recorrer sus quince hectĆ”reas de parque puede volverlo a uno adicto a distintas versiones de hermosura y silencio. Los salones interiores tienen dimensiones de pelĆcula. Sus dos piscinas climatizadas, una bajo techo y la otra fundiendo la perspectiva de sus aguas con el entorno, ya resultan demasiado.
Hay que salir un rato. La opciĆ³n es recorrer la vieja Senda de los Palotinos desde BahĆa LĆ³pez hacia arriba. Los monjes de esa congregaciĆ³n quisieron descubrir allĆ un paso a Chile, pero se toparon con dos dificultades: un paredĆ³n de roca que hacĆa imposible continuar y el mirador al Brazo Tristeza del Nahuel Huapi, que paraliza de felicidad. El final del periplo puede albergar sorpresas muy reparadoras. Tal vez unas vituallas con productos naturales de la zona. QuiĆ©n les dice una gaita. Un violĆn. Una guitarra con inspiraciones de laĆŗd.
“Patagonia de Pioneros”, que asĆ se llama este programa concebido para rescatar orĆgenes por una alianza de empresas (dos hoteles, una operadora fluvial y una agencia de viajes), nada tiene de esas excursiones a las corridas que a uno le hacen olvidar el protector solar, cuando no a los chicos. Todo es manso y tranquilo. En reposo. Un concepto de alta gama que incluye con lĆ³gica de servicio los espacios propios para conectarse con el lugar y con la historia como a cada cual le parezca mejor. Con botas de terrateniente o sandalias de palotino.
Una sola crĆtica a la finĆsima carta gastronĆ³mica del Llao Llao: las papas fritas congeladas tipo McCain desentonan con tanta delicadeza artesanal. Por lo demĆ”s, el punto del cordero es exacto, lo mismo que el del risotto.
Demos un paso mƔs hacia el pasado.
A bordo. En el “Modesta Victoria” entran 300 pasajeros. Somos veinte privilegiados esta vez. Puerto PaƱuelo es, a mi alterado juicio, el punto bajo mĆ”s encantador de todo el Circuito Chico barilochense. El lago envuelto de cerros y estirĆ”ndose hasta que se pierde la vista con ese oleaje que, si ciertos vientos lo permiten, le otorga tintes marinos. Los tripulantes en fila dan la bienvenida y tienden las manos, como corresponde, para que nadie tropiece con la rampa y debute mal. Suena el pito, evocando aquella primera vez del ’38, cuando una fiesta popular le dio el iniciĆ”tico hasta pronto. Van a ser casi tres horas de navegaciĆ³n yendo y viniendo de la proa a la popa, de babor a estribor y viceversa como en un tĆŗnel del tiempo flotante. Los organizadores miran con caras de que ganaron la partida. Todos a bordo tenemos ganas de creer en nuestro inmediato destino descubridor.
AquĆ han viajado presidentes, prĆncipes, damas de alcurnia, personajes de mucha fama y tambiĆ©n de dudoso prestigio, serĆ” de suponer. De hecho, uno siente estar ahĆ haciendo algo muy importante. Sin dudas inolvidable, al menos. AllĆ”, colgada de un barranco de la Isla Victoria, se divisa la hosterĆa homĆ³nima. El programa ofrece dos dĆas y una noche opcionales en este hotel fundado en 1946 y que opera bajo el rĆ©gimen all inclusive. Hay una brevĆsima escala en el muelle, que a la pasada delata el lujo de las instalaciones. PrĆ³xima parada: Bosque de Arrayanes, en la punta de la PenĆnsula de QuetrihuĆ©. Recorrerlo ajenos al bullicio de los contingentes grandes (sobre todo los estudiantiles) permite abrirse a esa selva de madera roja, lisa y frĆa con sensaciones inĆ©ditas. Una de las integrantes del grupo, naturista ella, va acariciando los troncos al pasar y los palmea suavemente, como si quisiera llevĆ”rselos grabados en el tacto. Pero el entorno penetra tambiĆ©n por la nariz. ArrayĆ”n quiere decir “aromĆ”tico” en Ć”rabe. Nadie se detiene en el detalle, porque, al grito de “¡acĆ” hay uno!”, un guĆa levanta del piso una especie de fruto anaranjado. Se trata, en realidad, de un hongo llamado llao-llao. Crece como parĆ”sito en coihues, lengas y otros Ć”rboles. Su nombre significa “rico, rico” o “dulce, dulce”, ya que los aborĆgenes poco y nada sabĆan de adverbios ni superlativos, y repetĆan el adjetivo para sobremarcarlo. A partir de este momento nadie dirĆ” “muy lindo” ni “muy bien”. Lindo, lindo… Bien, bien… VĆ”monos.
Primera parada… final. Para quien ya lo ha hecho por tierra, llegar a La Angostura en barco es como no haber estado nunca. El amarradero del Hotel Correntoso es otra puerta increĆble a esa conmovedora combinaciĆ³n de presente y pasado que aporta contenidos intangibles al periplo. AllĆ” estĆ”n por recibirnos con un lomo strogonoff al disco y un gulash de cordero a las brasas. La provoleta con tomates secos serĆ”, tambiĆ©n, sublime.
Antes de eso, sin embargo, permĆtanse pensar cĆ³mo serĆa este paraje allĆ” por 1917, sin rutas ni provisiones a 100 kilĆ³metros a la redonda, cuando el italiano Primo Capraro y su mujer alemana, Rosa Maier, abrieron “La pensiĆ³n de DoƱa Rosa” con tres cuartos, baƱo compartido y ninguna necesidad de que un cartel la identificara: quienes iban o regresaban de Chile sabĆan bien que allĆ podrĆan encontrar cama, comida y agua caliente para recuperarse de los rigores del viaje. Don Primo tenĆa un aserradero. MĆ”s que la plata, mandaba el trueque. Los frĆos y las soledades eran mĆ”s gĆ©lidos entonces.
PodrĆa decirse que en esa “esquina” del Nahuel Huapi con el RĆo Correntoso (curso rĆ”pido de apenas 100 metros que conecta al lago del mismo nombre) empezĆ³ verdaderamente todo. Luego de la impactante grandilocuencia del Llao Llao, el Hotel Correntoso, con sus potentes detalles boutique balconenando sobre el agua, marca un contrapunto… dirĆa… necesario. Tanto como andar a pie por el camino viejo a la frontera, en busca de un estremecedor agasajo a orillas del Lago Espejo.
Todo imposible de imaginar sin el sacrificio, la locura y los berretines de aquellos pioneros.
SeguĆ a Edi en Twitter: @zuninoticias